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SAN FRANCISCO DE ASIS. 173 y en modo alguno fue el santo movido por aquel tipo de pobreza contesta­ taria, que se usaba entonces frecuentemente como arma contra la vida muelle de muchos clérigos y altos jerarcas de la Iglesia. Francisco manifiesta su entusiasmo por Cristo en una «imitación» del mismo llevada hasta el má­ ximo, y no sólo del Cristo pobre, doliente, manso y humilde, sino del Cristo total del Evangelio. E l pueblo cristiano llegará a llamarle por eso en la Edad Media: Alter Cbristus. bb) una «penitencia» igualmente por amor a Cristo doliente, no como la de los pauperistas — sobre todo los cátaros— , que también se dieron a la austeridad, pero llenos de soberbia. Francisco se entregará a una dura penitencia por seguir la «imitación» de Cristo, a la que atribuye su conversión y su entrega incondicional a E l. «El Señor — dirá en su Testamento— me concedió a mí, Francisco, que así comenzase a hacer penitencia...» 339. cc) una «humilde sumisión a la jerarquía eclesiástica» por amor a Jesu­ cristo sumiso al Padre, contra los errores doctrinales que ésta señalase. Y para ello, el «inculto» Francisco no encuentra otro medio mejor en orden a evitar los errores de los novadores, que entender el Evangelio a la letra y sin glosa. Todos los errores, y aun todo el sano pluralismo de opiniones teo­ lógicas de aquella época, en que se estaba formando la gran síntesis esco­ lástica — nada clara entonces— , veía Francisco que procedían de la inter­ pretación personal, y algunas veces caprichosa del Evangelio, que hacían sus autores. Por eso, predica y practica el seguimiento literal del Evangelio y sin glosa alguna — aceptándolo como un niño: «ad litteram, sine glossa» 340 — . Y tanto aprecio hacía de la doctrina de la Iglesia, que la falta en la fe y en la vida conforme a la tradición de la Iglesia Católica, la considera en su Regla — el «mansísimo» Francisco — como motivo de expulsión fulminante de la Orden341. Esa humilde sumisión a la autoridad legítima... por vil e indigno que sea su representante, es fundamental para el Poverello de A sís3I2. b) Segundo peligro de la Iglesia del s. xm y reacción de S. Francisco frente a él. Otro peligro que amenazaba a la Iglesia de comienzos del s. xm , estuvo en que, en una época de guerras y odios fraternos entre los pueblos, y de «Cruzadas» en las que la cristiandad se aliaba con los príncipes cris­ tianos para rescatar por las armas, del poder musulmán, el sepulcro de Cristo en Jerusalén; era fácil olvidar el carácter pacífico de la empresa misionera de la Iglesia. Las «guerras santas» — como se llamaba entonces a las Cruza­ das— , predicadas en nombre de la Iglesia y llevadas a cabo por ejércitos y caballeros de todos los países cristianos, con la finalidad tanto de defender la Cristiandad de la amenaza del poderío otomano, como de rescatar los 339. T estam ento [BAC 29]. 340. Legenda A ntiqua, 113, Y, por eso, manda expresamente a sus frailes en su Testamento: «que no pongan glosas en la Regla: T estam ento [BAC 31]. 341. I Regla, c. 19 [BAC 15], 342. I I C elano , n. 151 [BAC 425],

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