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172 ALEJANDRO ROLDAN VILLER prohibirles la predicación; y, sobre todo, por no haber sido movidos de un auténtico amor a Cristo y a su Iglesia, iniciaron soberbiamente una labor de ataque y desprestigio de la autoridad eclesiástica. Ante la prohibición de predicar apelaron a Alejandro III, quien de momento les apoyó, aunque man­ tuvo el veto de no predicar, como función que no les correspondía. Al prin­ cipio se sometieron, pero sus errores fueron en aumento; y, al ponerse algu­ nos de ellos en contacto con los cátaros y contagiarse de sus doctrinas, se vio obligada la Iglesia a condenar la herejía valdense en 1184. Mientras la actividad apostólica y pauperista de Valdés y los suyos iba enderezada prin­ cipalmente a la contestación, y n poner soberbiamente en la picota los abusos reales de los clérigos, y de la Iglesia en general; Francisco, a quien no mo­ vía a abrazarse con la pobreza ningún móvil contestatario, sino un auténtico amor a Jesucristo pobre, no sólo no tuvo que recibir freno alguno de parte de la autoridad eclesiástica — aunque sí el obvio recelo en medio de tanto pauperismo peligroso en las doctrinas— , sino que cada día fue apoyado más abiertamente por la Santa Sede. El mismo camino de pobreza evangélica al principio, y de desviaciones doctrinales más tarde, siguieron los Cátaros o Albigenses — la herejía en­ tonces más temible— , los cuales se entregaban a penitencias muy severas, como ya indicamos. Igualmente sucedió con los «humillados» de Lombardía, que presentaban caracteres muy semejantes a los valdenses. Algunos de ellos se adhirieron a la secta de Lyon, constituyendo una rama lombarda de los valdenses, mientras que otros se conservaron inmunes de la herejía, llegando a constituir una nueva Orden Religiosa ( Ordo Humiliatorum), que duró hasta los tiempos de S. Carlos Borromeo. También los Speronistas se extendieron por Italia (su fundador Flugo Speroni parece que fue natural de Piacenza). Su espiritualidad, mucho más radical que la de los pauperistas enumerados, fomentó, junto a la renuncia de los bienes materiales, una actitud antijerár­ quica y antisacerdotal. Algunos historiadores de la Iglesia los consideran co­ mo un «protestantismo precoz», ya que en algunas de sus doctrinas se ade­ lantaron a Lulero y Calvino. Todos estos movimientos pauperistas, acompa­ ñados de errores doctrinales, por un lado, y de insubordinación a la jerarquía, por otro, denunciando los defectos de ésta, llegaron a constituir un serio peligro para la Iglesia del s. xm . Y aquí es donde intervino la acción eficaz de Francisco para apuntalar aquella Iglesia, que amenazaba peligro de desmoronarse. E l primer mensaje temporal de Francisco pudiera concretarse en dos palabras: «pobreza y pe­ nitencia» por amor de Cristo pobre y doliente, y juntamente «humilde su­ misión» a la Iglesia en lo doctrinal, también por amor a Cristo sumiso. Ex- pliquémoslo brevemente. Lo que Francisco practica, y de lo que da testimonio en la Iglesia es de: aa) una «pobreza» por amor de Jesucristo pobre. Repitamos una vez más que fue sólo este amor el que movió a Francisco a abrazarse con la pobreza;

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