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SAN FRANCISCO DE ASIS. 171 cencío III tenía también en sueños una visión parecida, creyendo ver la Basílica Lateranense amenazada de ruina, y: «a un hombre pobre, vil y despreciado, que, con sus hombros, la sustentaba para que no cayese» 337. Sea lo que fuere de la veracidad de ambas visiones, hoy, después de varios siglos, y con la Historia en la mano, podemos señalar los peligros que amenazaron a la Iglesia de entonces, y a los que de hecho Francisco vino a poner remedio 338, conducido por la mano providente de Dios. Podemos sintetizar en dos las principales situaciones amenazantes que acecharon a la Iglesia de entonces: el movimiento herético pauperista representado por va­ rias sectas, y el falso acercamiento de la Iglesia a los infieles, en las Cruzadas, con las armas en la mano. a) Primer peligro de la Iglesia del s. xm , y reacción de S. Francisco. Ya dijimos que, como reacción frente a la nube de clérigos que descuidaban sus haberes pastorales y se dedicaban principalmente a disfrutar de sus ri­ quezas, surgió en varias naciones un movimiento pauperista, que — en su primera intención— quería atenerse más estrictamente al Evangelio de Cris­ to. Algunos autores han señalado un sugestivo paralelo entre Francisco de Asís y Pedro Valdés, el fundador de la secta valdense, que, si bien nacida en Lyon, pronto se extendió a Italia y a otras regiones de Europa. Sin em­ bargo, ese paralelo real se dio sólo en lo periférico y anecdótico, mientras que las diferencias entre ambos fueron abismales y alcanzaron lo sustancial de sus posturas respectivas. Efectivamente — en cuanto a las coincidencias externas— Valdés fue h i:o de un comerciante de Lyon, como Francisco lo fue de otro comerciante de Asís. Valdés, de modo parecido a Francisco, se convirtió a Dios al oír la respuesta de un teólogo, a quien fue a consultar, sobre qué camino debía seguir para acercarse a Dios. E l perito en la Ciencia Sagrada le respondió con la frase de Cristo : «Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres». Valdés volvió a su casa, dijo a su mujer que tomase para sí de su dinero cuanto creyese conveniente, porque del resto quería él disponer dándolo a los pobres. Dotó además convenientemente a sus dos hijas para que pudieran entrar en una Abadía, y repartió, efectivamente, lo que le quedaba a los pobres, dedicándose él a mendigar por amor de Dios. En 1177 ya tenía seguidores, que le acompañaron en su aventura de pobreza total, y se dedicaron a predicar el Evangelio (a pesar de que esta función estaba reservada a los Obispos, y sacerdotes en quien delegasen). Sin embargo, las diferencias entre ambos personajes históricos decíamos que fueron mayores y más profundas que las semejanzas enumeradas. Aque­ llos pobres valdenses, por haberse lanzado a predicar sin formación alguna, cayeron pronto en errores doctrinales, teniendo la autoridad eclesiástica que 337. B uenaventura , c . 3. n. 10 [BAC 482], 338. Celano, testigo de excepción, afirma que Francisco trajo al mundo: «una nueva primavera».

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