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170 ALEJANDRO ROLDAN VILLER Estamos, desde luego, de acuerdo con este autor en sus afirmaciones prin­ cipales, y sobre todo teniendo en cuenta la importante matización que aca­ bamos de citar, de que: «no parece haberse inspirado jamás en los movimien­ tos de su tiempo, al menos directamente »; ya que sería aventurado negar que el hecho, por ejemplo, de haberse formado en familia acomodada, y de haber presenciado de cerca los citados movimientos pauperistas de su época, no le hubieran podido influir «indirecta» y «subconscientemente» en su acti­ tud ante la pobreza y otras virtudes. La Psicología Profunda no admitiría — y creemos que con razón— esta hipótesis, aun en el caso de que hubiera habido declaraciones expresas del interesado — que pudieran ser racionali­ zaciones inconscientes— , ¡cuánto más no habiéndolas...! Sin embargo, nues­ tro punto de vista es ligeramente diverso: no miramos los posibles móviles, ocultos o aun inconscientes, de la conducta de Francisco, sino la intención de Dios al elegirle como instrumento para la reforma de su tiempo. Esto no se opone a lo que afirma Roggen, sino que lo complementa. La Providencia vigilante de Dios sobre la historia de la humanidad por E l creada, se puede comprobar sólo considerando a largo plazo el acontecer de los hechos huma­ nos, y prescindiendo de lo que los hombres más o menos conscientemente pudieran pretender con los mismos. Dios, como buen relojero, no interviene en el mundo con la frecuencia que algunos supusieron en otros tiempos, para corregir los continuos errores y desviaciones de los hombres, o de su Iglesia, que pudieran trastornar su plan sobre ellos. Como eterno que es, sabe espe­ rar el momento oportuno, y la experiencia da que, ante la amenaza o el recrudecimiento de grandes males, Dios suscita sin prisas grandes santos, con los que se van poniendo remedios lentamente a los males inducidos en la Iglesia por los hombres. 2 ) Misión de S. Francisco de Asís en la Iglesia del s. xm La Iglesia del s. xm veía cernerse sobre ella dos peligros principales, que fueron conminados de hecho hábilmente por S. Francisco. Cuando éste, en sus años mozos, oraba un día en la iglesia de S. Damián ante un crucifijo, y creyó oír una voz interior que le decía: «Francisco, ve y repara mi Iglesia, que, como ves, amenaza ruina» 33S, no pudo entender el santo el sentido me­ tafórico que encerraba. Lo interpretó al pie de la letra — porque, efectiva­ mente, la ermita de S. Damián amenazaba ruina— , pidió limosna para pagar los materiales que había de utilizar en su trabajo, y puso enseguida manos a la obra 336. Menos podía sospechar el santo que, por aquellas fechas, Ino- 335. I I C elano , n. 10 [BAC 349]. 336. Parece que en los dos o tres años que mediaron entre el rompimiento con su Padre —con ocasión de esta conducta extraña de Francisco— y la fundación de su Orden, restauró tres iglesias: la de S. Damián, a 1 km. de Asís; la de S. Pedro, si­ tuada cerca de las murallas de la misma ciudad; y la Porciúncula, que entonces estaba entre bosques, y hoy se conserva como relicario, en el interior de la Basílica de Santa María de los Angeles, que se levanta en Asís.

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