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168 ALEJANDRO ROLDAN VILLER 1. M isión «temporal» de S. F rancisco de A sís en la Ig le s ia de su tiempo 1 ) La Iglesia de fines del s. xn y comienzos del s. xm Chesterton hablando de S. Francisco dijo — con el estilo antinómico que le caracteriza— que: «Cada generación es salvada por el santo que más la contradice». Veamos, pues, la época en que vivió el Santo de Asís, y com prenderemos mejor su mensaje, inspirado por Dios, a la Iglesia de finales del s. x ii y comienzos del s. xm . La sociedad italiana donde nace Francisco, dista mucho de ser un ideal: abundan las guerras entre los burgueses italianos de aquella época, que eran sumamente pendencieros, y por cierto con una crueldad en la que reinaba el « ¡Vae v ictis!». Sobre esas guerras señoriales, brotaron odios irreconcilia bles entre los municipios, que acababan de fundarse 325; y con los que se multiplicaban los homicidios, las violencias y las rapiñas 326. Pero, si en el plano puramente político-social aquella sociedad distaba mucho del ideal, en el religioso tampoco alcanzaba cotas muy elevadas. ¡Na da de edad de oro — como algunos historiadores de la Iglesia nos la han presentado— ! «Verdad es — nos dice Engleberl — que en esa época se cons truyen hospitales para enfermos, y abadías donde resuenan las divinas ala banzas; que la tierra se viste de blanca floración de Iglesias; que se mul tiplican las peregrinaciones y las plegarias, y se predica la cruzada; que los caballeros hacen profesión de defender a viudas y huérfanos» 327. Sin embar go, a pesar de todo eso — acaba el autor sentenciosamente—-: «la época de S. Francisco no fue menos desvergonzada y calamitosa que otra cualquiera de la historia» (ib.). «De los mismos Concilios y actas sinodales — dice Sara- sola — surge la visión implacable de la corrupción profunda de la alta y baja clerecía. Apenas hay un Concilio general, un Sínodo nacional o regional... que no registren cánones sobre orgías humanas, cacerías, concupiscencias car nales, mercancías de dignidades eclesiásticas, acumulación de beneficios, rapa cidad de rentas parroquiales de parte de los obispos, que abandonan en la miseria y vilipendio a los sacerdotes, extorsiones de décimas, fraudes de re liquias, etc...» 328. En ese ambiente corrompido, no puede extrañarnos que pululasen en la Iglesia los «reformadores» de todo tipo, que insistían, sobre todo, en la pobreza — cuya falta consideraban como la causa de muchos otros males ecle siásticos— , si bien incidían aquellos en errores doctrinales y en soberbia 325. Los «municipios» nacen como un nuevo señorío, aunque sujetos al señor feudal, como cualquier otro vasallo. 326. Ver E nglebert, o . c ., 46-47. 327. O. c., 47. 328. O . c„ 123.
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