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112 ALEJANDRO ROLDAN V IL LER D ios que esto sucediera de modo especial en el M on te A lvernia, p ara signi­ ficar que allí se había de renovar la pasión de Jesús en el alma de San F ra n ­ cisco, p o r el amor y la compasión; y, en el cuerpo, con la impresión de las llagas» 21. Sin embargo, a pesar de todo esto, creemos no debe exagerarse la nota en todo lo dicho — ¡y es lo único que nos ha movido a seguir a d e la n te !— . Reflexionemos sobre el hecho psicológico y real de que las leyendas nunca se m ontan sobre un vacío absoluto de hechos históricos, sino sobre algunos porm enores de estos, qu e se han ido com pletando, adornando , y alguna vez hasta deform ando, conform e al gusto de la época. P o r eso, b ro ta la obvia consecuencia de qu e el franciscanismo es de fiar, y no ta n to los hechos his­ tóricos que lo fundan. D iríam os qu e en la exub eran te lite ra tu ra sobre el «Pobrecillo» de Asís, el franciscanismo es más « auténtico » que la figura « histórica » que nos trasmiten las fuentes, « en todos y cada uno de sus por­ m enores». Más aun, la coherencia psicológica de los hechos que se atribuyen al personaje cen tral de una leyenda, p ru eb an que hubo un fundam ento h is­ tórico de los m ismos, que se dio realm ente en el sujeto en cuestión. P o r eso, podríam os afirmar que el franciscanismo, a su vez, « refuerza» la persona histórica de S. Francisco, si sabemos prescindir de las adherencias y adita­ mentos debidos a la mentalidad de la época, aun reconociendo que tal vez sea hoy difícil precisar, en muchos casos, hasta dónde llega esa labor de m itologización. Los últim os estudios críticos sobre el franciscanismo van en esa d ire c c ió n 22, y los de los ú ltim o s cincuenta años d istinguen e n tre el caris- ma del santo, o sea, su experiencia religiosa personal, y su desm itologización. P o r poner sólo dos ejemplos concretos — y aceptando el riesgo que se corre siempre al bajar a porm enores— , yo estoy firm em ente persuadido de que Francisco, en su increíble (p ara no so tros) sencillez de esp íritu , habló a las aves en determ inadas ocasiones de su vida; pero nadie creo se sentirá po r ello obligado a adm itir la idealización p o sterio r a este carisma personal de Francisco, que com pletó el hecho con el silencio m ilagroso de las aves hasta que el santo term inó el rezo del Oficio divino. E sta respu esta de las aves, fue un adorno — del gu sto d e la época— al hecho insólito, aunqu e verda­ dero , de la ingenua alocución de Francisco a las «herm anas» avecillas. Yo creo tam bién qu e Francisco, en su ingenuidad y sublime candor, habló al lobo feroz que asolaba la ciudad de G ubb io , y que le dijo aquéllas o pareci­ das reconvenciones encantadoras que le dirigió en nom b re de Jesucristo, y que nos detallan las Florecillas23-, pero nadie creo se sienta obligado a creer 21 . Florecillas II, Cons. 2 [BAC 179]. 22. Sebastián L ópez , ¿Un San Francisco distinto?, en Selecciones de Francisca­ nismo 1 (1972) 10-14. 23. Florecillas I, c. 20 [BAC 117-118]. Sabatier interpreta esta escena del lobo como una versión al lenguaje popular y poético, de la conversión de los bandoleros (verdaderos lobos rapaces), lograda por S. Francisco.

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