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164 ALEJANDRO ROLDAN V IL L E R de la madre, que en la familia representa la solicitud abnegada y previso­ ra» 3I2. Y el mismo santo prefirió le llamasen sus súbditos Hermano, no «Padre». Repetimos que toda esta concepción dice más con el primer com­ ponente hagiotípico. Investida así la obediencia del espíritu de caridad (ma­ dre, hermano), se entiende mejor lo que decía S. Francisco a sus frailes: «el espíritu de la verdadera obediencia consistía en adelantarse más bien que en esperar el precepto; en desearlo más que en cumplirlo»313. Es, pues, más bien obediencia activa que pasiva, más de voluntad y afecto que de ejecu­ ción (aunque incluya a ésta). «Si el religioso antes de oír la voz del supe­ rior, llega a adivinar su voluntad, al instante débese poner a cumplirla y ejecutar lo que adivina en el superior» (Ib .). Con este espíritu de obediencia — tal como lo acabamos de caracterizar— mandó y obedeció Francisco, que aun siendo Ministro General quiso tener un superior personal, a quien someterse, y que renunció a su cargo supremo apenas creyó no ser tan útiles sus servicios a la Orden que él mismo había fundado. 5) Carismas especiales Este apartado pudiéramos omitirlo en el contexto de este estudio, ya que los carismas especiales no son estrictamente virtudes morales. Sin embargo, por ser una aureola tan caracterítsica del santo — sobre todo alguno de ellos— , les dedicamos una breves líneas con su crítica correspondiente, pues si en algún sector podemos poner en tela de juicio la fiabilidad de los hagió- grafos, es en éste, dado el espíritu milagrero y maravillosista de su época. a) Estigmas. Después del Capítulo de 1224 (último a que asistió S. Fran­ cisco), salió de la Porciúncula y se fue al Monte Alvernia, a comenzar una cuaresma especial, llevando consigo a los más íntimos: León, Angel y Rufino — los tres compañeros que nos dejarán constancia del hecho— , Iluminado, Maseo y Bonizzo. E l hecho nos lo narran así: «Arrobado en Dios por el ardor seráfico de los deseos, y transformado en Dios por la dulzura compasiva en Aquél que quiso en un exceso de amor, ser crucificado, oraba cierta mañana, próxima ya la fiesta de la Santa Cruz, y en el penúltimo año de su muerte, en la ladera del Monte Alvernia. Apareciósele un serafín con seis alas, entre las cuales destacaba la figura de un varón hermosísimo crucificado, con las manos y pies extendidos en forma de cruz, mostrando clarísimamente la figu­ ra de Jesucristo... Desaparecida la visión, quedó en el alma de Francisco un maravilloso fuego de amor, al paso que en su cuerpo quedaron milagrosa­ mente grabadas las llagas de Nuestro Señor Jesucristo»314. E l hecho ocurrió probablemente el día de la Exaltación de la Cruz (14-IX-1224). 312. Id., o . c „ 224. 313. I C elano , n. 45 [BAC 279]. 314. Leyenda de los tres compañeros, n, 69 [BAC 741]; Buenaventura, c. 13, n. 1-3 [BAC 546-549],

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