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162 ALEJANDRO ROLDAN V IL L E R la voluntad del Superior; en manera que no solamente haya ejecución en el efecto, pero conformidad en el afecto, con un mismo querer y no que rer... Pero quien pretende hacer entera y perfecta oblación de sí mismo, ultra de la voluntad es menester que ofrezca el entendiminto (que es otro grado y supremo de obediencia), no solamente teniendo un querer, pero teniendo un sentir mismo con su Superior, sujetando el propio juicio al suyo, en cuan to la devota voluntad puede inclinar el entendimiento»2". Esta gradación de obediencia, mira sólo al súbdito (sus potencias anímicas superiores), y se relaciona con los tres tipos sheldonianos al modo dicho. Es una obedien cia preferentemente vertical. Francisco nos habla de tres grados de obediencia, pero en un sentido muy diverso. Esos grados de obediencia no miran sólo al súbdito, sino pre ferentemente a la motivación que se da en la relación súbdito-superior. Tam bién entran aquí los tipos temperamentales, aunque en un sentido diverso al antes dicho. E l primer grado supone una actitud meramente pasiva en el súbdito respecto de su superior: se deja ser movido por él sin reacción en contra, ni con su entendimiento, ni con su voluntad, ni en la ejecución: es la obediencia (? ) de un cadáver300, o cuerpo muerto, y a éste religioso le llama «verdadero y perfecto obediente»301: «Toma un cadáver y colócalo donde te plazca. Verás que no repugna ser movido, no murmura de la posi ción, ni reclama por qué se le abandone. Si se le coloca en sitio elevado, no mira hacia arriba sino hacia abajo; si se le viste de púrpura, aparece aun más su palidez. Este es, pues, el verdadero obediente» 302. E l segundo grado de obediencia franciscana supone ya una actitud activa en el súbdito, y distingue el santo en este grado dos formas (en el mismo texto citado de Celano). Hay, en efecto, «obediencias obtenidas, después de pedirlas», y otras «dadas sin haberlas pedido». Ambas nos dice el santo que son «buenas», aunque la segunda es «más segura», pues las primeras «son en realidad li cencias». En fin, distingue un tercer grado de obediencia, que califica «la más grande», y consiste en la obediencia fundada en un motivo de «divina inspiración, o bien de caridad «por el bien de los prójimos», o por una caridad perfecta que puede llegar hasta el heroísmo, por ejemplo, «por el deseo de martirio». 299. Carta de S. Ignacio a los jesuítas de Portugal, sobre la obediencia: M onu m ento Ignatiana, S. I., t. 4, 672-674. 300. I I C elano , n. 152 [BAC 425]; B uenaventura , c. 6, n. 4 [BAC 500], 301. Espejo de Perfección, c. 4, X L V III [BAC 631]. 302. I I Celano, n. 152 [BAC 425], Iriarte de Aspurz (o. c., 232) duda de que la imagen del «cadáver» con que Francisco describe al perfecto obediente, y que to mará Ignacio tres siglos más tarde, responda al concepto que S. Francisco tenía de la actitud del súbdito; y opina que puede reflejar una ascética y una pedagogía de tipo conventual, infiltrada tardíamente en la Orden. Cree también que la obediencia «cie ga», nombre acuñado desde los padres del yermo, no responde a la obediencia que pro pugnó Francisco (o. c., 229).
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