PS_NyG_1978v025n001p0107_0189

SAN FRANCISCO DE A S IS . 159 cisco dio a sus frailes. En cuanto a la obediencia, dice a los superiores que no deben obligar por obediencia (mandar solemnemente en nombre de santa obediencia), sino raras veces, y sólo en casos de necesidad: lo que explicaba con esta expresiva frase: «No se ha de echar enseguida mano a la espada» 278. A los frailes que van a evangelizar entre los sarracenos y otros infieles, les recomienda que «no muevan pleitos ni contiendas», y cuando anuncien la buena nueva, les viene a sugerir que se atengan a lo esencial de nuestra fe, sin aumentar innecesariamente la dificultad de ésta m . A los predicadores les inculca que prediquen no sólo de palabra, sino sobre todo «con obras y ejemplos»; que no acaparen el oficio de la predicación quitándoselo a sus hermanos, y que procedan con humildad y aceptando las tribulaciones que vienen con la misma, sin dejarse llevar de la soberbia y vanagloria 28°. Cuando sorprendía en sus frailes algunas faltas, como la detracción y la inmisericor­ dia, perdonaba la falta, pero la castigaba según su malicia m . Su discreción en el trato con sus súbditos es digna de notarse, como cuando una noche — ya consignamos el hecho— se oyó el grito de un fraile que repetía: «Me muero, hermanos, me muero de hambre». E l santo se levantó del lecho y mandó disponer la mesa, y para que el interesado no quedase abochornado, comenzó Francisco a comer el primero, invitando a los demás para que le acompañasen 282. Su comprensión en la aplicación de las leyes también es digna de subra­ yarse. Aunque estaba ordenado que ninguna mujer entrase en el claustro del convento; estando él cerca ya de la muerte, hizo una excepción — a la que aludimos de nuevo, por ser también este su sitio— con Jacoba de Siete- solios. A l decirle un fraile que estaba ella a la puerta del convento, y no podían dejarla entrar, respondió S. Francisco : «No es preciso observar esta constitución en lo que se refiere a esta señora, que vino de tan lejos, obli­ gada por su gran fe y devoción» 283. Por esa misma innata discreción que tenía, intuyó lo que hoy decimos en Ascética Diferencial: que no puede exi­ girse a todos lo mismo en la penitencia: «Os aconsejo que cada uno de vos­ otros examine su propia naturaleza y complexión. Pues si es cierto que algu­ nos de vosotros podrían sustentarse tomando menos alimento que otros, sin embargo, quiero que aquél que necesita mayor cantidad no se empeñe en imitar al que necesita menos» 284. Pero hemos de cesar por fuerza en esta enumeración de hechos, pues sería demasiado largo entresacar todos los ejem- 278. I I C elano , n. 153 [BAC 425]. 279. I Regla, c. 16 [BAC 12], 280. I Regla, c. 17 [BAC 13]. 281. B uenaventura , c . 8, nn. 4 y 5 [BAC 514-151]. 282. I I C elano , n. 22 [BAC 355]. 283. Espejo de Perfección, c. 11. C X II [BAC 693-694]. 284. Espejo de Perfección, c. 3, X X V II [BAC 617]. La palabra complexión —sub­ rayada por nosotros— es la que usaban los antiguos para decir «temperamento».

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz