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SAN FRANCISCO DE A S IS . 111 mos que, a pesar de estas serias dificultades críticas, todavía es posible hacer algo útil desde el ángulo de visión en que se coloca nu estro estudio. D iría­ mos que se ha avanzado mucho hoy en crítica «ex terna» de las fuen tes, y no ta n to en la «in tern a» . E n cuan to a la p rim era, hoy sabemos ciertam en te cuáles fueron los escritos auténticos de San Francisco, qué biografías son las más fiables, en qué fechas aproxim adas se escribieron, quiénes fueron sus respectivos auto res, e tc ... Sin em bargo, en cuanto a la segunda, tal vez no estam os hoy todavía en condiciones de d epu rar a las fuentes de la estru ctu ra m ental legendaria propia de los au tores de aquella época, que nos ofrecieron sus narraciones como hechos históricos. H oy sabemos — por ejemplo—- que el deseo de «edificar» fue co rrien te en los biógrafos del santo IS, y que de este m ismo deseo nació concretam ente el de en con trar paralelos en tre Fran­ cisco y o tro s grandes santos. Celano, después de establecer u n pandan en tre la m adre de Francisco e Isabel — la m adre de Juan el Bautista — , nos dice que Francisco, d eten ido aún en la cárcel del m undo, predijo sucesos fu tu ros, así como Juan profetizó: «Encerrado todavía en el claustro m aterno»; que Francisco vistió con sus propias vestiduras a un soldado pob re y casi des­ nudo , como San Martín dio a un pobre la m itad de su capa; y que el Santo de Asís se convirtió a Dios en una escena sem ejante a la del apóstol San Pa­ blo 19. E s especialm ente significativo p ara nuestro p ropósito , que el maravi- llosismo y m ilagrismo prop io de la literatu ra de la época, lo encontrem os, no sólo en los hechos que se atribuyen al santo, sino tam bién en los que afectan a los personajes de segunda fila que rodearon al m ismo: así todos los m ilagros infundados e innecesarios que se atribuyen a algunos frailes que convivieron con el santo, contados con el m ismo estilo y aire de vera­ cidad que a q u e llo s20. E lijo, tam bién al azar, un m ilagro relacionado con San Francisco, que es clara prueba del maravillosismo in te rp re tativ o de la épo­ ca. Las hendiduras y quebradas de las rocas del M onte A lvernia, le fue revelado a San Francisco que se hicieron m ilagrosam ente al tiem po de la Pasión de Crsto: «Cuando, según dice el evangelista, se rom pieron las piedras. Y quiso ción de esos diversos llamamientos personales, en unas Constituciones, Reglas, etc., que habrían determinado con pormenor los diversos modos de servir a Dios, que idearon y pusieron en práctica los grandes santos. Pero no advertí que el estudio de las grandes Órdenes antiguas incluían, como prerrequisito, éste de las fuentes; y, en este sentido, mi elección de S. Francisco tal vez no fue la más acertada. 18. Por poner un solo ejemplo, casi todos los Capítulos de las 4 Partes de las Florecillas acaban con estas frases: «en alabanza de Dios», o «de Cristo», o «de S. Fran­ cisco». 19. II C e la n o , n. 3-6 [BAC 344-346]. 20. Las Florecillas — por educir algunos ejemplos— nos cuentan la visión de Fray León: I, c. 35 [BAC 142]; un éxtasis que tuvo Fray Bernardo de Quintavalle desde la mañana hasta la hora de nona: I, c. 27 [BAC 132]; la levitación que tuvieron en la oración Fray Bentivoglio de San Severino y Fray Pedro de Monticello: I, c. 41 [BAC 151]; los milagros de Fray G il: IV , c. 12 [BAC 232], y tantas visiones, revelaciones, arrobamientos y éxtasis inmotivados, de frailes, que se describen en las Florecillas.

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