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152 ALEJANDRO ROLDAN V IL L E R vil, ni más inútil, ni más grande pecador que yo; y no habiendo encontrado sobre la tierra criatura más v il para la obra maravillosa que se propone hacer, me escogió a mí, para confundir la nobleza, y la grandeza, y la belleza, y la fortaleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que se conozca que toda virtud, todo bien procede de E l, y no de la criatura» 238. La razón de esa humildad en medio de tanta loa, radicaba en esta firme convicción que tenía asimilada el santo: «Creo firmemente que si el Señor se dignase conceder a un hombre infiel, o a un desalmado ladrón, los muchos bienes espirituales que me conce­ dió a mí, le corresponderían mucho más perfectamente que yo» 239. bb) En cuanto a la sencillez — o aun simplicidad — , que va con la humil­ dad, fue también virtud proverbial en S. Francisco. Nos describe Celano a esta virtud, de múltiples facetas, como la «que ignora hacer o decir mal. La que... a nadie condena con su juicio y... no ansia dominio alguno... La que... busca no la corteza, sino la médula, no la cabeza sino el corazón, no muchas cosas, sino el grande, el sumo y estable bien» 24°. Diríamos que la sencillez es, en general, la virtud por la que uno no piensa engañar a nadie, ni teme ser engañado de nadie. La sencillez de Francisco — nos dice un bió­ grafo del santo, subrayando uno de sus aspectos— era una simplicidad refle­ xiva, que, por ejemplo: «no veía bien la exagerada preocupación de las hor­ migas por el mañana; en cambio, ponderaba a las hermanas aves que no la tienen»241. Era esta una sencillez, que unas veces iba acompañada de atrevi­ miento, como cuando, convidado a la mesa por el Cardenal Hugolino, pidió antes limosna, y al llegar a la mesa, extendió los pedazos de pan negro sobre ella, avergonzando algo al Prelado ante los convidados 242; y otras, de seve­ ridad, como cuando despidió de la fraternidad a un religioso que no quería salir a pedir limosna, y era en cambio asiduo a la mesa, increpándole con aquellas palabras: «Sigue tu camino, hermano mosca, que quieres comer el sudor de tus hermanos, y estar ocioso en la obra de Dios. Eres semejante al hermano zángano, que sin contribuir al trabajo de las solícitas abejas, quiere ser el primero en comer de su miel» 243. Pero la sencillez, o simplicidad, no es lo mismo que simpleza. Delicioso es el pasaje de las Florecillas, en que se cuenta la increíble simpleza de Fray Junípero, que, para complacer caritativamente a un enfermo de quien cui­ daba, y que le mostró deseo de comer pata de cerdo, el buen fraile se la cortó en vivo a uno que andaba por el bosque, conducido con otros por su dueño 244. La reprensión de Francisco es digna de leerse, pues, aunque des­ aprueba esta simpleza de Fray Junípero, que, por no atender más que al 238. Florecillas I, c. 9 [BAC 100], 239. Espejo de Perfección, c. 4, X LV [BAC 630], 240. I I C elano , n. 189 [BAC 444]. 241. E ng lebert, o. c., 221. 242. I I C elano , n. 73 [BAC 384], 243. I I C elano , n. 75 [BAC 386]. 244. Florecillas I I I , c. 1 [BAC 206-208].

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