PS_NyG_1978v025n001p0107_0189

L " " ' ' concreto las llagas que recibió impresas en su cuerpo en el Monte Alvernia m . Y no otro era el motivo por el que no se avergonzaba de consultar con sus súbditos las cosas más pequeñas, que él pudiera resolver por sí solo 229. Este bajo concepto de sí mismo nacía de no mirar sus progresos reales en la virtud, sino sus defectos: «covenciéndose de que era mucho más lo que le faltaba, que lo que poseía» 230. E l humilde Francisco no dudó en renunciar en un Capítulo, al cargo de Ministro General con excusa de su poca salud 231; aunque en verdad fueron las corruptelas contra la pobreza que él no había sabido impedir, las que en su humilde entender le hicieron considerarse inep­ to para el cargo 232. Después de renunciar al Generalato: «pidió humilde­ mente se le nombrase un Guardián, a cuya voluntad deseaba estar sometido por completo»233. Por amor también a esa virtud quiso que sus frailes se llamasen Menores, esto es, los últimos 234 ; que, por lo mismo no fuesen promovidos a las digni­ dades eclesiásticas — como explicó a Gregorio IX 235— , y quiso que los pre­ lados de su Orden no se llamasen «Priores, sino Ministros» 234 ; y, en fin, por eso también ordenó a sus frailes que no despreciasen o juzgasen a otros por su modo de vestir o de comer, tal vez menos austero que el suyo, sino más bien que: «cada uno se juzgue y menosprecie a sí mismo» 237. La reacción sumisa de Francisco ante el fracaso, al ver que no podía poner remedio a la evolución que se producía en su Fraternidad, fue también un ejemplo de eximia humildad. Como auténtico humilde, respondió en cierta ocasión a Fray Museo, que quiso tentarle en esta virtud preguntándole por qué todo el mundo iba en pos de él, siendo así que ni era agraciado físicamente, ni tenía ciencia, ni nobleza. Fue en aquella ocasión cuando el santo cantó aquel verdadero Magníficat, lleno de humildad a la vez que de reconocimiento a las gracias recibidas de Dios: «¿Quieres saber de dónde a m í?... Pues esto me viene de los ojos del Altísimo D ios...; porque... no han visto entre los pecadores ninguno más 228. I I C elano , nn. 135 y 136 [BAC 416-417]. 229. B uenaventura , c . 12, n. 2 [BAC 541]. 230. I I C elano , n. 140 [BAC 419], 231. I I C elano , n. 143 [BA'C 420], 232. E spejo de Perfección , c. 4, L X X I [BAC 655]. 233. I I Celano, n. 151 [BAC 424]; Buenaventura, c. 6, n. 4 [BAC 499-500]. Incluso, siendo General: ««elegía a uno de sus compañeros como guardián y señor, y le obedecía humilde y devotamente, para desechar de sí toda ocasión de soberbia»: Leyenda de los tres Compañeros, n. 57 [BAC 735]. 234. I Celano, n. 38 [BAC 275]. G. V illo s la d a dice que: «Francisco impuso el nombre de Frailes (o H ermanos) M enores, queriendo con este apelativo asemejarse a los que en la ciudad de Asís se decían «minores», los siervos de la gleba, que estaban al servicio de los «maiores», de los más ricos y poderosos»: H istoria de la Iglesia Católica, Madrid 1963, vol. I I, 676. En cualquier caso, por motivo de humildad. 235. B uenaventura , c . 6, n. 5 [BAC 501], 236. I Regla, c. 6 [BAC 7]. 237. I I Regla, c. 2 [BAC 23], SAN FRANCISCO DE A S IS ... 151

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz