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150 ALEJANDRO ROLDAN VXLLER en esto está la perfecta alegría». Y si volvemos a llamar acuciados del hambre y frío de la noche, y el portero saliese airado y nos revolcase en la nieve y nos golpease con un palo...; «si nosotros llevamos todas estas cosas con pa­ ciencia y alegría, pensando en las penas de Cristo bendito, las cuales nos­ otros debemos sufrir por su amor, escribe ¡oh hermano León!, que en todo esto está la perfecta alegría». Y acaba el santo la lección con las palabras de san Pablo: «Yo no quiero gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo». Esta doctrina la recogió en su Regla, al proponer a sus frailes las «bienaventuranzas evangélicas»2I7, aunque aquí tengan una concreción y escenificación que le dan un valor insustituible218. Francisco distinguía la auténtica alegría de esa otra falsa, que puede dar la vanagloria y los continuados elogios219, o las palabras ociosas y vanas, que hacen reír a los demás 220. La auténtica alegría — ésa que nos ha descrito Francisco — «se alimenta de abnegación e ignora voluntariamente los desen­ gaños» 221, nace de la humildad y pobreza sufridas por Dios, y se regocija en cosas pequeñas y en consuelos insignificantes 222. d) Humildad y sencillez. aa) La «humildad» es una virtud propia del primer componente hagio- típico, y Francisco la tuvo en grado eminente. Tenía siempre presente la frase del Señor: «lo encumbrado a juicio de los hombres, es abominación a los ojos de Dios» (Le. 16, 15), y repetía con frecuencia que: «lo que es el hom­ bre delante de Dios, tanto es y nada más» 223. Y todo era en él tanto más meritorio, cuanto que fue criado por sus padres, desde los primeros años, en un ambiente propicio al orgullo humano 224. Por eso Francisco luchó siem­ pre contra las huellas que esa educación hubiera podido dejar en él; y por lo mismo manifestaba con frecuencia el santo sus tentaciones, para que no le tuviesen por santo; como aquélla de vanagloria, cuando dio el manto que llevaba puesto a una viejecita que le pidió limosna 225; y aquélla otra de hipo­ cresía 226. Por la misma razón ocultaba también sus dones místicos 227, y en 217. I Regla, c. 16 [BAC 13]. 218. Este querer sufrir por amor a Cristo toda injuria, y elegir «más pobreza con Cristo pobre que riquezas; oprobios con Cristo lleno de ellos, que honores; y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que fue primero tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo», es el «tercer grado de humildad» de S. 'Ignacio [Ejercicios Espirituales, n. 167]; pero la genialidad de S. Francisco es proponer todo esto como«la perfecta alegría». 219. I I C elano , n. 130 [BAC 414-415]. 220. A visos, 21, 446 (citado por Ir ia r te de Aspurz, o . c ., 156). 221. Englebert, o . c ., 154. Afirma de las Florecillas, este mismo autor, que: «Quizá sea la única obra maestra de la literatura universal totalmente exenta de amar­ gura, y que represente al hombre disfrutando realmente de la felicidad ['Ib., 155-156]. 222. I C elano , n. 93 [BAC 308]. 223. B uenaventura , c. 6, n. 1 [BAC 498]. 224. I C elano , n. 1 [BAC 254]. 225. I I Celano, n. 132 [BAC 415]; Espejo de Perfección, c. 4, L X I I I [BAC 644], 226. I I C elano , n. 131 [BAC 415], 227. B uenaventura , c . 10, n. 4 [BAC 529].

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