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SAN FRANCISCO DE A S IS . 147 cuanto tales, sino — repitámoslo una vez más— un hacerse pobre con los pobres por amor a Cristo pobre, un encarnarse entre ellos, como Cristo se encarnó entre nosotros para salvarnos. Por eso quiere que los que entren en su Orden se obliguen antes que nada a la pobreza, y sólo al cabo de un año sean admitidos en obediencia 197; y por eso mismo quiso morir despren­ dido de todo, e «hizo que le colocasen desnudo sobre la desnuda tierra» 19(5. Ya dijimos que su espíritu místico le llevó a idealizar su relación con la po­ breza, imaginándola como un desposorio con la «Dama Pobreza» tal como se lo explicó alegóricamente a Inocencio III, al presentarle la Regla para su aprobación 20°. cc) Amor a los leprosos, y, en general, a los enfermos. Su amor al pró­ jimo se manifiesta inequívocamente sobrenatural, porque se extiende a aque­ llos casos en que no existe peligro alguno de que sea puramente humano. Sintió al principio, como es obvio, asco de los leprosos, pero su amor a Cristo, a quien veía en ellos, le dio fuerza para vencerse. Un día topó con uno, mientras cabalgaba por los alrededores de Asís. «En el primer instante expe­ rimentó horror; sin embargo, para no quebrantar el propósito que se había impuesto, apeóse del caballo y dióle un beso de paz. E l leproso extendió la mano en demanda de limosna, y Francisco le entregó una moneda, besándole al propio tiempo la mano» 201. Celano insinúa que fue esto una visión, pues al volver francisco al instante a montar a caballo, no vio más al tal leproso en su derredor, a pesar de que el terreno era llano y de amplio horizonte. Pero su respuesta a esta invitación interna del Señor, fue inmediata. A los pocos días: «Dirígese a las tiendas de los leprosos, y a cada uno de ellos entrega cuantiosas limosnas, y bésales reverentemente la mano y la boca». Más aun, fue un tiempo a convivir con ellos, sirviéndolos y limpiándolos sus llagas por amor a Jesucristo 202. En cuanto a los enfermos, en general, el santo, que tanto cuidado tuvo de que sus frailes aborreciesen el dinero, hizo una excepción con él, en su Regla, cuando se trataba de atender a aquellos 203. b) Oración contemplativa. Ciertamente que S. Francisco no escribió nin­ gún tratado de oración; sin embargo, nos consta que todavía vistiendo traje seglar, se retiraba a sitios solitarios, para darse a la comunicación personal con Dios, a la que pronto se aficionó 204. Sobre su «modo» de orar no tene­ mos muchos datos directos. Desde luego que, ya desde que reclutó compa­ ñeros para su nueva vida, sabemos que: «Eran diligentes en levantarse a 197. I Regla, c. 2 [BAC 4 y 5 ]. 198. I I C elano , n. 214 [BAC 456], 199. I C elano , n. 7 [BAC 258], 200. I I C elano , n. 16 [BAC 352]. 201. I I C elano , n. 9 [BAC 348], 202. I Celano, n. 17 [BAC 263]; Las Florecillas (‘I, c. 24 [BAC 123-124]) narran cómo Francisco curó milagrosamente a un leproso. 203. I Regla, c. 8 [BAC 8-9]. 204. I I C elano , n. 9 [BAC 348],

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