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144 ALEJANDRO ROLDAN V IL L E R sos términos de ese amor: amor a Cristo, amor a los suyos, amor a los pobres y enfermos. 1 ,° Amor de S. Francisco a Jesucristo Su amor a Cristo fue total y sin restricciones, y ésta es la clave de toda su conducta. Es curioso notar la interferencia que se nota aquí del segundo componente sheldoniano, al considerar Francisco preferentemente a Dios co­ mo a «Rey», y a sí mismo como caballero de Cristo ,75. Nota Englebert — fun­ dado en Celano y S. Buenaventura — cómo los biógrafos del santo le llaman a menudo «soldado de Cristo» ( miles Christi) 176, y cómo él se consideraba desde su conversión, como «el heraldo del gran Rey», y «el gonfaloniero de Cristo», y aun llegó a llamar a los suyos «compañeros de la tabla redonda». «El hombre ligio (homo legalis) queda obligado a acudir al llamamiento de su señor, a pelear y, si necesario fuere, a morir por él... E l honor y la fide­ lidad serán los distintivos de la santidad del Pobrecillo» 177. Pero en su amor a Jesucristo, a pesar de esta interferencia de su compo­ nente segundo bien puntuado, el tono dominante es el del primero: ese amor cálido y afectivo, que siente el hijo, que ve en Dios y en Cristo a su «Padre». Las delicadezas de Francisco en el trato con Dios y con los hombres, sobre­ nadan por encima de toda otra consideración. «Notaron — dice Celano — los religiosos que vivieron en su compañía, lo muy duradera y continua que era su conversación acerca de Jesús, y cuán agradable y suave, cuán tierna y llena de amor... De muchas suertes tenía a Jesús: Jesús en el corazón, Jesús en la boca, Jesús en los oídos, Jesús en las manos; en una palabra, Jesús en todo el cuerpo» 178. Aunque ese amor afectivo y cariñoso no era inoperante, como pudiera ser el de un tipo 1.° extremo. Francisco amaba a Cristo hasta la imitación más fiel, y ésta no era: «la de un actor que estudia los gestos y las reacciones de sus personajes para evocarle ante su pueblo; sino que su imitación trataba de ser una especie de nueva reencarnación» 179. Su ideal fue llegar en la imitación de Cristo a todo lo posible, aun al sufrimiento y al mismo martirio; motivo principal por el que fue a Siria y a Marruecos para 175. Ya notamos en nuestra Introducción a la A scética Diferencial [Madrid 1968, 3." ed., 102] cómo le atrae a este tipo considerarlo preferentemente como Rey. 176. O. c., 75. Cuando Francisco reciba a Fray G il entre los suyos, le dirá que Dios le ha concedido el alto honor de ser: «su soldado y su amadísimo servidor»: Ana- SAGASTI, O. C., 351. 177. Englebert, o. c., 76. Ver también Felder, o . c ., 47-48. No hay que olvidar el sueño que tuvo a los 25 años, en el que vio su casa de Asís, no llena de piezas de paño, sino de monturas, escudos, lanzas y armas. El joven Francisco interpretó el sueño con su mentalidad caballeresca, y de hecho se lanzó a la aventura. «Una mañana —nos dice E nglebert, o . c ., 72— lo vieron sus padres lanzarse a caballo, seguido del escudero, por el camino que serpentea en las laderas del monte Subasio». A l pasar la noche en Spoleto, otro sueño le hizo desistir de su aventura y volvió a su casa de Asís. 178. I C elano , n. 115 [BAC 323], 179. Anasagasti, o . c ., 24.

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