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SAN FRANCISCO DE A S IS . 139 dejábalos en lugar seguro para que no fuesen aplastados por los pies de los transeúntes» ,4S. Tal finura y exquisitez de sentimientos no creo se haya dado nunca entre los hombres (si excluimos a Cristo ), y una espiritualidad afectiva tan hondamente humana — y a la vez divina— alcanza cotas que no hemos visto en ningún otro santo. En cuanto a la famosa leyenda del hermano lobo, nos dice Felder 149 que no es fácil saber lo que hay de historia y lo que hay de poesía en las «Forecillas» sobre el lobo de Gubbio 15°; aunque se sabe por testimonios ciertos, que el santo en las carecanías de Gubbio se presentó sin temor alguno del famoso lobo. Si el episodio fuese auténtico en todos sus pormenores — como juzgan algunos autores (aunque ya expusimos nuestra reserva personal)— , debe colocarse en los meses que siguieron a la impresión de las llagas 151. d) Amor de S. Francisco a los hombres. De su peso se cae que, si la personalidad afectiva del santo se extendía con los brazos abiertos a todos los seres del mundo — inorgánico, orgánico y animal— , en el reino hominal había de alcanzar cimas insuperables. Francisco amaba a todos los hombres de un modo especial, y con matices que no se dan en lo dicho anteriormente. En una carta que escribió, lleno de celo de la gloria de Dios — no menos que de ingenuidad— , no sólo a todos los cristianos, sino a todos los hombres del mundo, esboza una doctrina del cuerpo místico, no ya en el sentido am­ plio, en que dijimos se daba a escala cósmica sintiéndose por ello hermano de todo ser criado; sino en otro más estrictamente, en el que afirma S. Fran­ cisco del fiel cristiano, que no sólo es «hijo» del Padre Celestial, sino «espo­ so», «hermano» y hasta «madre» de Jesucristo ,52. E l cristiano es «hijo» del Padre Celestial por la «inhabitación» en su alma del Espíritu Santo; filia­ ción ésta, que le llevará a cumplir a todos los mandamientos de D/oí-Padre. Es además «esposo» de Jesucristo, en cuanto se une a E l por el Espíritu Santo, es decir, por el «amor» mismo hipostático; es también «hermano» de Cristo en cuanto que hace la voluntad del Padre que está en el cielo, como lo hizo el mismo Cristo fjn . 6 , 38 ]; y, en fin, es «madre» de Jesu­ cristo, en cuanto con su conducta (palabras y obras) «da a luz» a Cristo en las almas, que antes no le conocían. E l amor de Francisco a los hombres reviste, ya desde el principio de su entrega a Dios, una dimensión especial. E l encuentro con el mendigo tras el cual corre para darle limosna que primero le negó; el encuentro con el leproso ante el que siente asco, y, venciéndose, le da un beso de caridad; y el encuentro en el bosque con unos ladrones, de quienes recibe malos tratos y a quienes perdona; demuestran que Francisco se acerca con una actitud 148. I C elano , n. 80 [BAC 300). 149. O. c., 430. 150. Florecillas I, c. 20 [BAC 117-119], 151. E nglebert, o . c ., 224, nota 24. 152. Carta 2.“ [BAC 45]. Puede verse ampliamente el desarrollo de estas ideas en Anasagasti, o . c ., 55-60.

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