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SAN FRANCISCO DE A S IS . 125 vend rán enseguida, y vosotros tenderéis un m antel en el suelo, pondréis encima el pan y el vino, y los serviréis con hum ildad y alegrem ente m ientras comen. Y cuando hayan term inado d e comer, les hablaréis la palabra de D ios, y al fin les pediréis po r su am or que os o to rguen una merced: la prom esa de no m atar a nadie, n i hacerle ningún daño c o rp o ra l» 76. La respuesta de esos ladrones no se hizo esperar: comenzaron a ayudar a los frailes en sus faenas, y algunos de ellos no tuvo Francisco inconveniente en adm itirlos en la O rd en . Su «com prensión» con el prójimo no tenía lím ites. F ren te a la concep­ ción pesim ista del hom bre que form ulará más tard e Hobbes (Homo homini lupus), Francisco cree en la bondad inn ata de la naturaleza hum ana restau ­ rada p o r Cristo. D e ahí su actitud com prensiva an te los gustos, debilidades y aun faltas positivas de los que se le acercaban. Francisco adivinó lo que la Psicología D iferencial había de decir, mucho más tarde, sobre las diferencias en tre los hom bre. No deja de m aravillarnos que com prendiese, po r ejemplo, cómo, aun en tre sujetos norm ales, unos necesitan comer más que otro s p ara conservar la s a lu d 77 — tal y como lo sabemos hoy po r C aracterología, v. gr., por los rasgos de Sheldon [V -3 ], [V -4 ], [S -3 ], [C -2 ]— . Y , p o r supuesto, que qu ien ten ía esa com prensión con los sanos, la tenía muy especial con los enfermos, y aun con las debilidades y defectos de los que le rodeaban. U na noche, estando durm iendo con sus frailes en R ivo to rto , un g rito des­ p ertó a todos: « ¡Q u e me m u e ro !» . A l p regun tarle Francisco al interesado qué le pasaba, dijo el fraile que «se m oría de ham bre». H izo levantarse a todos, y p ara que el interesado no se avergonzase, inv itó a todos a tom ar a lim e n to 78. Más aun, su condescendencia se extendía hasta los simples gus­ tos o caprichos de sus herm anos. Dos religiosos franceses hablaban un día con Francisco y uno de ellos le m o stró deseos de p edirle la túnica que éste llevaba. Al in stan te Francisco se despojó de ella, y se la cambió po r la del religioso francés, que por cierto era más pob re que la suya '9. Tam bién es m uestra de lo m ismo el h ab er hecho llam ar a la ho ra de su m u erte, a una dama [F ray Jacoba, en la jerga del sa n to ], que por haber sido su b ienhe­ chora y adm iradora, hab ría sentido mucho no verle m o r ir 80. Su com prensión llegaba hasta hacerle in te rp re tar las leyes benignam ente en su aplicación. P o r ejemplo, en días d e ayuno tom ó a veces alim ento ante los enferm os, p ara que estos no se avergonzasen de tom a rlo 81; y — aunque sea volviendo al m ismo caso que acabamos de aducir— la prescripción de la clausura la in te rp re tó benignam ente con F ray Jacoba, diciendo: «No es p re­ 76. Ver el contexto en Sarasola, o . c ., 277-278. 77. Sarasola, o . c ., 191-192. Esta idea pasa a la I Regla, c. 9 [BAC 9]. 78. Espejo de Perfección, c. 3, X X V II [BAC 617]. Y esta «comprensión» con los pecados y faltas, pasa a la I Regla, c. 5 [BAC 7 ]. 79. II C elano , n. 181 [BAC 439], 80. Florecillas II, Cons. 4 [BAC 196], 81. II C elano , n. 175 [BAC 36],

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