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120 ALEJANDRO ROLDAN V IL L ER e id iota» dirigidos a S. Francisco, y con tra la negativa valoración intelectual que se ha seguido como efecto de aquellos, no duda en afirmar — fijándose en la obra realizada p o r el santo— , que: «Francisco es sin duda uno de los esp íritu s más originales, más pro fundo s, y de más talla en la h isto ria del cristianism o» 54. Yo suscribiría la frase tratan d o de su personalidad «global»; p ero la consideraría excesiva hablando exclusivam ente de su personalidad « intelectual». E n tre ambos extrem os, nosotros distinguiríam os — d en tro de la m isma zona noética— e n tre el en tend im ien to especulativo y el práctico. D el prim ero no nos em peñaríamos en reh ab ilitar a una persona — como S. Francisco — , qu e, tan to por su escasa form ación cu ltu ral (y la gimnasia intelectual que ésta lleva consigo), como po r su predilección tem peram en tal respecto de la acción sobre la especulación, no dio m uestras de sobresalir en esa v ertien te del intelecto. Sin em bargo, nos parecería in ju sto negar que estaba muy b ien do tado en la v ertien te del entendimiento práctico. Francisco. en efecto, era creador e intuitivo — cualidades ambas in telectu ales de la zona de la «praxis»— , que le colocan muy p o r encima de la mayoría de los hom bres. Su labor «creadora» ha empezado a subrayarse en los últim os tiempos. Dos son, en efecto, los aspectos de su O rd e n que se han puesto de relieve como innovaciones. Francisco, en prim er lugar, influyó de modo eficaz en la orientación m oderna de la función m isionera de la Iglesia, y no menos en el cambio de la estru ctu ra político-social de su tiem po. Com enzando por su labor m isionera, Sabatier llegó a decir que: «la grande originalidad de S. Francisco fue su catolicismo. Francisco fue católico, como probablem en te ninguno hubo antes de él, y b ien pocos po sterio rm en te» . La frase — cierta­ m ente exagerada en su sentido literal, pero certera en la dirección a que ap u n ta— quiere subrayar el hecho de que fuese Francisco quien inaugurase la labo r m isionera im puesta por Cristo a su Iglesia — « Id po r todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatu ra» ”— , la cumplió siempre aquélla de algún modo. P ero ya se ve que no podía realizarse de la m isma m anera cuando la Iglesia vivió precariam ente soterrada en las catacumbas, que cuan­ do o b tuvo la lib ertad de acción con el reconocim iento de su independencia de p arte de los gobernantes; ni de igual modo, cuando el pu eb lo cristiano se ahogaba bajo la opresión del paganismo y la casi nula posibilidad ele orga­ n izar u n a evangelización de conquista fuera de las fron teras de Italia, que, cuando tu v o conciencia — bajo príncipes cristianos poderosos— de que po­ d ía con tar incluso con el respaldo de la espada en la labor de extensión del Evangelio. P o r eso, h a podido decirse — aunque no sin cierta exageración en las expresiones— qu e la acción m isionera de Francisco, y los suyos, em ­ palm aba con la de los Apóstoles: «a través del pu en te de doce siglos, tan to 54 . L o p f.z , ¿Un San Francisco distinto?, en Selecciones de Franciscanismo 1 (1 9 7 2 ) 13. 55. Mt. 16, 15.

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