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98 ALEJANDRO DE V ILLALM ON TE M uchos com en taristas p ien san que A gustín identifica el pecado original con la concupiscencia. Vanneste no particip a de esta op inión [ 6 9 ] , P ero sí quiere subrayar la convicción agustiniana de que, por el pecado original, la natu raleza hum ana quedó «viciada», d eterio rad a (in d eteriu s comm utata), c o rru p ta, vulnerada. Es, pu es, la concupiscencia una consecuencia im po rtan te del pecado original. V aldría decir: «la afirmación 'los hom bres son p ecadores’ implica el que todos están heridos a consecuencia del pecado y heridos, sobre todo, en sus facultades más nobles, el en tend im ien to y la vo lun ­ tad» [ 7 7 ] , N atu ralm en te, no hay que pensar en una corrupción radical de la naturaleza hum ana, ni en A gustín ni m enos en Vanneste. E ste no acepta la in terp retació n lu teran a de la concupiscencia radical pecam inosa. Sin em bargo, leída aten tam e n te la p. 77 apenas puede ser evitada la idea de que Va, muy a estilo agustiniano, identifica el pecado original con la concupiscencia; a pesar de que diga y subraye que ésta es efecto y conse­ cuencia del pecado: «Si, pues, el pecado original consiste en que el hombre es pecador desde el primer instante de su ser, esto equivale a decir también que, desde el primer instante lleva en sí la concupiscencia, como consecuen­ cia del pecado» [ 7 7 ] . E l hom bre nace h erido y los po sterio res pecados no hacen más q u e ahondar esa herid a originaria [ 7 7 ] . Idea qu e se confirmaría con este te x to d e la p. 63: «Podría decirse que el pecado original es la fuen­ te — el fornes — que, desde el primer instante de nuestra vida, contiene vir­ tualmente todos nuestros pecados actuales». E ste fomes es la concupiscencia an tecedente (subrayados nuestros). E s sabido que A gu stín recurre a la experiencia p ara d em o strar la exis­ tencia del pecado original, como si tal d eterio ro de la natu raleza hum ana fuese con statable p o r el análisis del com po rtam ien to hum ano. Vanneste no le sigue en este p u n to . E l pecado original sólo es p erceptible a la luz de la P alab ra de D ios, no a p a rtir d e la m era experiencia hum ana [ 8 3 ] . E n la situación actual d e la investigación ya no es posible afirmar que el dolor y la m u erte sean consecuencias del pecado original. A unque toda­ vía tiene sen tido decir que «la explicación ú ltim a de la existencia del mal en el m u ndo es el pecado» [ 9 1 ] . Como m ínimo eso d iría Gén 2-3: que el mal v iene del hom bre, no de D ios, y que el hom b re se hace desgraciado po r su pecado. E l in te n to agustiniano d e p rob ar el pecado original po r el su fri­ m iento d e los niños no sería convincente [ 9 2 ] , E n páginas an teriores hemos hablado de la in terp retació n que Vanneste da a los decreto s de T re n to sobre el pecado original. Es necesario recordarla ahora, especialm ente p o r lo q u e se refiere al núcleo cen tral de la discusión e n tre T re n to y lu terano s: el tem a del «peccatum m anens», que es el tema del sen tido pecam inoso o no de la concupiscencia. Vanneste evita identificar — estilo lu terano— el pecado original con la concupiscencia radical, y h a

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