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86 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE con trario , se cum ple m ejor la in tención de P ablo: ponerla ante nuestra fe en toda su magnificencia y esplendor. Además de las reflexiones que se vienen acum ulando a lo largo de nues tro estud io , ya desde el com ienzo nos ayudó mucho el ejemplo de Duns Escoto respecto a la V irgen M aría: el negar en ella todo pecado (-actual y original especialm ente) no sólo no provoca u n oscurecim iento de la eficacia de la gracia y menos aun un vaciam iento de la C ruz de C risto, sino que p erm ite v er su v irtu alid ad infinita bajo nueva y más intensa luz. Algo sim i la r y propo rcion al nos pasa ahora : al elim inar de todo ser hum ano la tara o m ancha del pecado original, se le pone al hom b re que llega a este m undo en form a más d irecta e intensa bajo la acción red e n to ra de C risto y de su gracia. P o rq u e se le pone m enesteroso an te la C ruz de C risto no ya desde la m era condición pecadora (ficticia en el caso), sino desde algo ev id en te m en te más radical: desde su condición de creatu ra absolutam en te im potente (aunque llamada y elegida por D ios en C risto) para la consecución de la vida divina. Según hem os indicado en diversas ocasiones el «dogma» de pecado o ri ginal estaba complicado y contagiaba con su presencia o tras muchas verdades de la fe cristiana. N o han podido ser estudiados aquí todos estos contagios que el pecado original produce en tan num eroso grupo de verdades. P ero los que hem os estud iado ahora son significativos. Se ha elim inado, en form a irreversible, la teología de Adán. P o r tan to , la teología tradicional se queda sin el originante del estado de pecado en que todo hom b re nace. P ero como el pecado originante y el originado son correlativos surge la tem ible p regun ta: ¿cóm o mantener un pecado « origi nado» si no hay un originante responsable del mismo? P o rqu e, es claro que el pecado en que todo hom bre nace, según la doctrina tradicional es — esencialm ente— originado por otro distinto del que se dice pecador. La cualidad de originado le es sustancial: en ella cae o se sostiene esta magni tu d teológica. Los teólogos de los últim o s años, elim inado A dán como o rig in an te del pecado originado, buscaron su su stitu to o sucedáneo en el «pecado del m undo». In ten to vano y fracasado, en opinión nu estra. N os pa rece indudab le qu e el pecado pu ed e e n tra r en el hom bre y h a b ita r en él, sólo p o r decisión personal de cada uno, no po r o tro cam ino o bajo o tras p resiones. N o hay más pecado que el qu e procede de la lib re y consciente decisión de cada uno. U n pecado prepersonal es un no-pecado. L lam ar al original, pecado «analógico» nunca sirvió más que p ara ocu ltar la con tradic ción in te rn a qu e sem ejante «pecado» llevaba consigo.
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