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E L PECADO ORIGINAL. 7 5 creación como aquel que le confiere un sentido. El problem a del fu tu ro y de la m u erte encuen tra solución en su resurrección [ 1 9 6 ]. T an to el estudio de Verburg como el nu estro coinciden, aunque por diversos cam inos, en una visión autén ticam en te cristocéntrica de la h istoria d e la salvación, que lleva consigo la elim inación de la figura de Adán. Es un personaje innecesario para explicar la razón de ser de la obra salvadora de C risto. N o puede acudirse a la B iblia p ara seguir propugnando su h isto ricidad. P o r lo demás, la ciencia ya con mucha an terio rid ad , lo declaró p ersona inú til. F inalm ente, para explicar el «pecado original» tampoco se hace necesario recu rrir a la figura de un primer hombre que fuese su origi n ante. Si existe pecado original, prov endrá de o tras fuentes 5. 2 . El pecado original y la inmaculada concepción de María D u ra n te siglos el «dogma» d el pecado original fue el granobstáculo qu e la piedad y teología mariana encon traron para afirmar lap len itud de gracia en M aría desde el p rim er in stan te de su ser. R ecordem os, además, el gran argum ento en con tra, p ropuesto p o r hom bres como San B ernardo, San Buenav en tura, Santo Tom ás d e A quino: si M aría no contrajo el pecado original, no podría afirmarse que fue redim ida, lo cual es in to lerable, pues aten ta con tra una idea-base del cristianism o: la universal redención de C risto, la necesidad absoluta de la gracia para la vida eterna. Definida como dogma la exención de M aría del original y su p len itud inicial de gracia, el dogma mariano fue v isto como un a ratificación de la fe de la Iglesia en el dogma del pecado original. D ada esta unión íntim a e n tre ambos dogmas — en la lucha y en el triun fo— se com prende que, al conmoverse los cimientos del «dogma del pecado original » en la década de los sesenta y al e n tra r en ocaso d u ran te los años seten ta, el dogma de la Inm acu lad a se haya v isto claram ente afectado. Muchos de los teólogos que reform ulaban la do ctrin a tradicional sobre el pecado original hacían refe rencia a la repercusión que dicha innovación tend ría respecto al privilegio mariano. En 1969 E. O ’Connor tomó la cuestión en serio y llamó la atención sobre el peligro que corre, junto con el dogma del pecado original, el dogma de 5. Estamos de acuerdo en evitar todo recurso a la figura de Adán para explicar el pecado origina!. Sin embargo, la solución, de orientación calvinista, propuesta por Ver burg, no la admitiríamos; ya que es una reiteración — siquiera sea mitigada— de la tesis protestante sobre la corrupción congénita del hombre por efecto del pecado. La calificación de «pecado» a ese innato egocentrismo radical del hombre no la vemos justificada.
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