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74 ALEJANDRO DE V ILLALM ON TE ú ltim a instancia — «se cen trab an en este p u n to , en la existencia de un p ri­ mer hom bre. E l que se aferrasen ta n to a este pun to tiene su fund am en to en que pensaban que la persona de prim er hom b re, de u n prim er pecador que haya llevado al pecado a todos sus descendientes, era necesaria p ara ga­ ran tizar la salvación por C risto. Al principio era un tem a de exégesis bíblica, pero ahora se trata de un problem a de dogmática» [ 1 9 3 ]. P o r tan to , como ya se dijo, p o r los dato s de la B iblia no se puede deducir la necesidad de h ab lar de un primer hombre. P ero tam poco se dem uestra necesaria la existencia del m ismo para garantizar la obra salvadora de C risto. N o tiene base ni en el A .T . ni en el N .T . [ 1 9 4 ]. E n tre los in te n to s de armonizar el poligenismo con la doctrina del pe­ cado original algunos p ropugnan la existencia de un p rim er pecado (mono- culpismo) com etido por uno del g rupo o p o r el grupo hum ano en tero ini­ cial. No satisface esta solución [ 1 9 4 ]. Verburg propone o tra: el pecado ori­ ginal hay que concebirlo como una m ancha hered itaria. Así responde mejor a los textos de la B iblia y de Calvino. Según la an tropología existe en el hom bre una tensión en tre la tendencia agresiva a su prop ia afirmación y la responsabilidad por el o tro. P o r ser lib re debe el hom b re dom inar su ten ­ dencia agresiva; pero, por o tra p arte , la tendencia al mal está ya allí. Con todo y a pesar de ello el hom bre no puede ser disculpado y hay que declarar que esta tendencia es algo malo. De aquí se deriva la necesidad que el hom ­ b re tiene de la gracia de C risto [ 1 9 5 ]. P o r ta n to , la tendencia al mal, al pecado (y, jun to con ella, la consiguiente necesidad de redención) se explica desde el hom bre mismo qu e peca (-todos pecan) sin que se precise el recurso a la persona y causalidad de un primer hombre. La teología, todavía hoy, se preocupa de cómo la muerte pueda ser conside­ rada como castigo. Desde el punto de vista antropológico señalamos que la refle­ xión humana encuentra la muerte como algo que no debería ser. Por tanto, psico­ lógicamente es fácil que tienda a ponerla en relación con el pecado. Así lo hace el relato de Gén 2-3. La solución está en la consideración de la obra salvadora de Cristo como abarcando con su influjo al cosmos entero, al que promociona y lleva a su plenitud en la resurrección. Si se tiene en cuenta esta dimensión cósmica de la salvación de Cristo, se empalma mejor con el pensamiento evolutivo moderno. Para interpretar el sentido de la evolución sería necesario pensar en lo que la fe nos dice sobre la encarnación y resurrección de Cristo, sin que sea preciso recurrir a un primer hombre. La teología, pues, no necesita de Adán. D esde la perspectiva um versal­ m ente cristocéntrica el pasado, p resen te y fu tu ro del m undo convergen hacia C risto. La evolución y la aparición en ella del hom bre tiene su sentido en C risto, que se ha de encarnar p ara salvar al hom bre. E ste perm anece como un enigma si no se le in te rp re ta desde C risto. Así, C risto en tra en la

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