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EL PECADO ORIGINAL. 65 que los teólogos investigadores de este tema queden pronto en franquía para investigar, sin el temor a achocar con ninguna definición dogmática. 4. Estudios sobre el «pecado original» en la Liturgia de la Iglesia La importancia de los textos, ritos, ceremonias, acciones litúrgicas para la teología científica apenas será necesario subrayarlo después del renacimien­ to contemporáneo de la teología de la liturgia. Bastaría citar a hombres como C. Vagaggini, J. Jungmann, O. Casel. La teología del pecado original en la Liturgia ha merecido una monogra­ fía — amplia, muy documentada, de exposición ordenada y clara— que no podemos menos de mencionar. Veremos la actualidad del tema tanto en su contenido como por los problemas vivos que suscita26. El pecado original además de su contenido más específico — el hecho de que todo hombre llega a la existencia en estado de pecado— comprende otro conjunto de afirmaciones concomitantes que nos son conocidas; especialmen­ te su referencia a la teología de Adán y la redención de Cristo. Bajo estos varios aspectos — los más importantes— es estudiada la cuestión por G. M. Lukken. En el «lenguaje» que le es propio (palabras, ritos, gestos) la Litur­ gia vive, profesa y confiesa estas verdades básicas en torno al dogma del pecado original: 1 . La primera caída. Siguiendo el sentido obvio de algunos textos escri- turísticos y patrísticos la Liturgia señala al diablo como iniciador del pecado en la creación. Y no sólo pecó y fue castigado el diablo antes que el hombre, sino que la malevolencia y envidia del diablo provocó la caída del primer hombre. «La liturgia, resume el a., expresa en varias formas la idea de que el diablo es el «Urheber» (-iniciador = auctor) de la caída. La caída la pro­ vocó con engaño y astucia. Movido no sólo por odio y envidia al género humano sino, en última instancia, por hostilidad y oposición a Dios mismo, cuya creación intentaba destruir» [50]. Por supuesto, no podía desconocer la Liturgia la obra del hombre mis­ mo, el cual quebrantó la ley de Dios libremente y así provocó su propia caída. Su pecado estuvo impulsado por la concupiscencia, que es definida ulteriormente como desmesura. Con todo, «en última instancia, el pecado de Adán fue causado por la arrogante confianza en sus propias fuerzas y por ello fue un acto de soberbia» [72], También la mujer jugó su papel en la caída, en consonancia con la mayor fragilidad y debilidad de su condi­ ción femenina [80]. 26. G. M. Lukken, Original Sin in the Roman Liturgy. Research into the Theologie of Original Sin in the Roman Sacramentaria and the early baptismal Liturgy, Leiden 1973.

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