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64 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE en lo concerniente al pecado original: la tradición doctrinal de la Iglesia se apoya sobre pies de barro, incluso cuando viene manifestada por testigos como Agustín, Trento, los escritos confesionales de los protestantes. Bau­ mann se demora en describir los defectos, la parte oscura de tales testimonios. Trento habla del pecado original sin detenerse a determinar su natura­ leza. Utiliza acríticamente la vieja versión de Rm J>, 12-21. No entendió bien la teoría de la imputación de la concupiscencia propuesta por los lute­ ranos; aunque estos tampoco se explican satisfactoriamente. Trento y lute- lanos no se entendían en el concepto mismo de pecado, caminaban por vías paralelas. Se centró abusivamente la discusión en torno al bautismo de los niños — ya desde Agustín— ; se acentuó unilateralmente el aspecto de per­ dón de pecados por el bautismo, ignorando otros efectos. Parece que estaban convencidos de que el hombre no puede ser beneficiario de la gracia si pre­ viamente no es pecador. Como si la necesidad de la gracia dependiese del ser pecador de hecho. Se apoya con exclusivismo en Agustín, omitiendo otras fuentes. La razón primordial de la necesidad de la gracia la fijaba Agus­ tín (Trento y luteranos le siguen en este momento) en el pecado original. Lo cual pone en duda la verdadera razón de ser de Cristo Salvador. Por fin, como hijos de su tiempo, Trento y luteranos creían en la historicidad y rea­ lismo ingenuos de toda la teología de Adán. «La doctrina del pecado original se ha convertido en nuestros días en un anacronismo» [84]. Imposible compaginarla con la cosmovisión moder­ na, en lo que tiene de seguro y demostrado: la perspectiva evolucionista. No es posible una restauración de la teoría tradicional en este sentido. La soli­ daridad de los hombres en el pecado era un elemento muy valioso de la antigua teoría. Pero perjudicaba su propia afirmación al poner el origen del pecado en el tiempo primordial y al hablar de una trasmisión por generación física. Citando palabras de K. Barth piensa que «el pecado original tiene un insuperable resabio de naturalismo, determinismo y hasta fatalismo». Hablar de un pecado original es una contradicción in terminis, dice el teólogo protes­ tante y acepta Baumann. «El resultado de nuestra crítica es sencillo: la doctrina tradicional sobre el «pecado original», ha creado más problemas de los que ha solucionado. Por ello es del todo insuficiente e insatisfactoria» [87]. No todos los teólogos son tan decididos como Baumann en su jVncio sobre Trento; pero el mismo D. Fernández se encuentra muy próximo a estas conclusiones, así como Vanneste. El núcleo sustantivo que Weismayer y Flick-Alszeghy quieren mantener todavía es bien reducido. Da la impresión segura de que el muro de los textos tridentinos ante el embate de las difi­ cultades va rebajando su altura y adelgazando su densidad. Es previsible

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