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EL PECADO OR IG INAL. 63 Hay que reconocer honradamente, dice D. Fernández, que bajo diversos aspectos los textos del magisterio van perdiendo valor ante las exigencias de la actual renovación teológica [81, 103]. Por eso, es indispensable tener a la vista las nuevas orientaciones de la hermenéutica de textos conciliares y aplicarlas con tino a los textos de Trento. A este propósito recuerda algunos de estos principios: — Hay que abandonar el método regresivo en las relaciones magisterio- Escritura. No ir desde el magisterio a la Escritura para confirmar los asertos de aquél, sino a la inversa: primero la Escritura, luego la interpretación auténtica del magisterio, cuando exista. Pero siempre controlada por la Pa labra de Dios. — D. Fernández recuerda y aprecia el procedimiento de Flick-Alszeghy que acabamos de exponer. En dos palabras resume su opinión: no basta ha cer comentario o exégesis de los textos tridentinos; hay que someterlos a un auténtico proceso hermenéutico, entendida la hermenéutica en el sentido de la moderna filosofía: releer los textos desde los condicionamientos cultu rales e históricos que los relativizan y expresar su contenido, purificado, en nuevas categorías mentales. — No necesitamos recordar los principios hermenéuticos de Schoonen- berg que D. Fernández hace suyos, en lo sustancial. Según ellos quedaría claro que lo que Trento quiere afirmar es la redención universal de Cristo. La existencia, índole, origen del pecado de que somos redimidos es algo posterior. Se podría preguntar si aquella necesidad de redención no puede ser mantenida sin recurso a estas otras verdades concomitantes. — Para una interpretación del contenido dogmático de Trento es ésta la idea que hay que mantener: la afirmación cristológica de la universalidad de la redención, junto con la afirmación caritológica de la necesidad de la gra cia. Esta es la intención didáctica de Trento, el mensaje revelado que quiere trasmitir. Los demás elementos serían condicionamientos históricos para pro poner aquel contenido sustantivo. — Más aun, mejor que distinguir entre núcleo esencial y revestimiento (de suyo legítimo), D. Fernández prefiere este camino: preguntarse por la función que, en su hora, ejerció la doctrina del pecado original. Y tras la de bida reflexión sobre el entonces y el ahora, dar la solución pertinente a los problemas perennes que estaban en la base. «En la cuestión del pecado original, puesto que no se habla de él en la Biblia, creo que este segundo método es preferible, si se quiere llegar a una verdadera renovación teoló gica» [115]. Porque «la teología del pecado original no se puede actualizar con algunos retoques. Necesita un planteamiento nuevo» [115]. Conocidas estas diversas opiniones damos de nuevo la palabra a U. Bau- mann, el cual tiene un juicio severo para la tradición doctrinal de la Iglesia
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