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8 ALEJANDRO DE V ILLALM ON TE 2) Cualquier nueva explicación sobre el pecado original debe evitar, en primer lugar, caer en el pesimismo que domina desde Agustín a Jansenio; superar su visión estrecha de la voluntad salvífica, que les impulsa a fijarse más en la universalidad del pecado que en la universalidad de la salvación. Por lo demás, téngase en cuenta el progreso habido en el estudio del pecado original en la Escritura. La mentalidad escolástica con que la teología del pecado original venía siendo expuesta, debe ser abandonada en estos puntos: en su visión cosmo- centrista de la realidad; en su tendencia a la cosificación de las realidades teológicas; en su visión estática del mundo, que ponía lo más perfecto en los comienzos, lo cual implicaría que la caída de Adán significaba la caída y degradación de un orden perfectísimo primitivo. Por el contrario, se ha de estudiar todo el problema en una visión más antropocéntrica del ser, más personalista y más conforme con la visión evolutiva de toda realidad [366 s.]. Más cerca ya del problema mismo, éste ha de ser cuidadosamente sacado de su aislamiento y propuesto en el contexto próximo de otras verdades de fe, que serían — en rápido enunciado— las siguientes: 1. Partir desde Cristo y desde la gracia. Adán y su pecado han de ser traídos a consideración desde Cristo y su gracia, como hacía Pablo, la gran tradición griega y lo vuelve a hacer ahora la teología occidental. La ense­ ñanza tradicional suponía que el primer plan de Dios dio en quiebra por efecto del pecado de Adán, y luego Dios reinstauró otro. No tiene consis­ tencia tal teoría. Sólo hay un único proyecto de salvación que se funda­ menta en Cristo. Desde ahí hay que ver la historia del pecado [368 s.]. 2 . La unidad de todos los hombres en Cristo. Siendo Cristo y la elección de todos en Cristo el centro unificador más radical de la humanidad, ya interesa menos al teólogo la unidad biológica, mantenida por generación física. Las discusiones sobre monogenismo-poligenismo pierden todo interés para el teólogo [369 ss. ]. 3. La salvación es donación de Dios. Esta salvación, en virtud de la ley de la encarnación, se concede por mediación histórica de Cristo, de la Iglesia, de los demás hombres. El pecado, por su parte, es un rechazo de Dios. Rechazo que no sólo tiene importancia dentro del recinto de la inti­ midad individual: es indispensable tener en cuenta la dimensión social- comunitaria también en la mediación de la perdición [371-5].

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