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58 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE el pecado original llegada a mayor madurez 22. Recogemos algunas de sus afirmaciones en las que se ofrece cierta «peculiaridad» destacable. En primer término la situación en que se encontraba la teología católica del pecado original. Cierto, pervivía el agustinismo ortodoxo en este aspecto. Pero era dominante tal vez la interpretación (anselmiana-escotista-nomina- lista) que veía en el pecado original la privación de la justicia original. Pri­ vación que no importaba «herida» interna ninguna en la naturaleza: natura- lia manent integra, se decía desde Escoto. Esta visión, unida al creciente hu­ manismo cultural, daba por resultado la convicción del pecado original con­ sistía en la mera privación de algo gratuito, sobreañadido. Y entonces, «el pecado original se convierte en algo superficial, casi como si se tratase de perder un objeto de lujo» [ 100 ]. Frente a este larvado pelagianistno reacciona fuertemente Lutero, extre­ mando la tesis agustiniana de la corrupción interior y honda del hombre por el pecado: el pecado original es la tendencia radical irresistible del hombre hacia el mal. Y algo peor: incluso después del bautismo permanece el pecado original. Porque éste es un pecado consustancializado en el hombre, un pecca- tum manens identificado con la concupiscencia radical. La actitud tomada por Trento frente al «peccatum manens» le parece a Vanneste que es lo más original y lo más actual de la enseñanza tridentina. La radical corrupción del hombre, propuesta por Lutero, fue rechazada por el Tridentino más adelante, al hablar de la justificación (DS 1555, 1521). Ahora, en el canon 5 atiende a rechazar el «peccatum manens», así como la identificación de la concupiscencia con el pecado original. El Tridentino afirma que en los renacidos «nada odia Dios», no hay condenación en ellos (Rm 8 , 1). Pero eso no quiere decir que no quede en ellos algo de pecado, comenta Vanneste. Surge aquí el problema de interpretar el dicho, «simul iustus et peccator» y darle un sentido católico. Es indudable que el hombre adulto queda siempre complicado con el pecado, es, en algún sentido, peca­ dor. El amor sui, el egoísmo radical nunca es del todo vencido. La equi­ vocación de Lutero estaba en pensar que el hombre es radicalmente pecador y sólo superficial o hipócritamente justo. No, aun el mayor pecador está radi­ calmente abierto a la gracia. El amor sui no es lo más profundo que hay en el hombre, por muy pecador que sea; lo primordial es la llamada y la ten­ dencia hacia Dios. En cuanto a la concupiscencia Va. distingue entre la concupiscencia radical y la secundaria. Aquélla permanece siempre, pero no es pecado. La secun­ 22 . Le dogme du péché originel, 95-123.

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