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E L PECADO OR IG INAL. 57 lias que son propuestas con intención primordial y distinguirlas de los presu­ puestos, razonamientos, aclaraciones en que van, inevitablemente, envueltas para hacerse comprensibles. Se ha subrayado ya reiteradamente que las pala­ bras «fe-herejía-dogma-anatema» no tienen en Trento la densidad significativa que han adquirido posteriormente: el anatema no siempre se fulmina contra los que niegan una verdad explícitamente revelada por Dios, sino también contra los pertinaces desobedientes a las enseñanzas de la Iglesia. Finalmente, los padres de Trento estaban condicionados por un determinado ambiente y nivel teológico-cultural: una exégesis imperfecta de los textos bíblicos (Gén 2-3 y Rm 5, 12-21), una lectura acrítica de la tradición, una cosmo- visión precientífica, fijista, popular e ingenua [335-8], Los destinatarios directos de los decretos son los católicos cuya fe peligra por los errores de «pelagianos» redivivos y de los «luteranos». El neopelagia- nismo (larvado bajo el humanismo) ponía de nuevo en peligro la necesidad de la redención de Cristo y de su gracia. El protestantismo vaciaba el realis­ mo de la gracia justificante, afirmaba el empecatamiento radical y permanente del hombre e identificaba el pecado original con la concupiscencia. En este sen­ tido el canon 5 tiene la mayor novedad y actualidad [339 s.]. Dejando la descripción de la génesis del decreto y el comentario que cursorie hace el autor, nos fijamos ya en las conclusiones, que para la actual discusión, resultan de mayor interés: 1 . El Tridentino deja abiertas, sin definir, estas cuestiones: la historici­ dad de Adán y de su pecado, narrado en Gén 2-3; b) el tema del origen monogenético-poligenético del género humano; c) cualquier determinación sobre el estado paradisíaco (-Urstand); d) el cómo se propaga el pecado original; e) esencia del pecado original; f) cómo se verifica en él la no­ ción de pecado; g) posible pluralidad de pecados originales [356 s.]. 2 . Lo que Trento quiere definir e imponer es: realidad el pecado original contra el peligro pelagiano; su total eliminación por el bautismo, contra los protestantes. Ello implica que «desde el comienzo de su existir el hombre está tan interiormente determinado e inmerso en la pecaminosidad humana que puede decirse que está en ««pecado», sin que se concrete en qué sentido exacto se entiende la palabra «pecado» [357 s.]. Weismayer hace suya la definición de pecado original (Erbsünde) propuesta por Weger : «la univer­ sal históricamente provocada y prepersonal culpabilidad del hombre». Cul­ pabilidad que no se podría precisar ulteriormente [358], Alfred Vanneste (a. 1971) Los estudios de A. Vanneste sobre los decretos tridentinos constituyeron, años pasados, una temprana y valiosa aportación. Ahora vuelve sobre el tema con la finalidad de ambientar la exposición de su personal teoría sobre

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