PS_NyG_1978v025n001p0003_0106

EL PECADO OR IG INAL. 55 el último baluarte de la tradicional creencia en el pecado original. Porque se ha llegado ya a un consenso bastante unánime sobre estas afirmaciones: — No se puede decir que la doctrina del pecado original sea una ense­ ñanza bíblica en el sentido propio y formal de la palabra, y es poco probable una involución de la exégesis que invalide esta conclusión. — Podría hablarse de ciertos /w-supuestos, pre-cedentes, pre-paración de la enseñanza posterior de la Iglesia concerniente al pecado original. Pero que­ da en el aire la cuestión de establecer una ilación convincente y homogénea entre los datos obvios de la Biblia y el ulterior desarrollo que les impone la conciencia religiosa de los creyentes. — Es pues, la doctrina del pecado original, un «dogma eclesiástico ». — Con esta afirmación la temática sobre el pecado original se convierte en un problema bermenéutico de textos conciliares definitorios. Incluso en un auténtico test para enjuiciar el alcance de la infalibilidad del Magisterio en sus «definiciones conciliares» al más alto nivel. No nos detenemos en el concilio de Cartago. Ya hemos estudiado sus enseñanzas en páginas anteriores. Y, sobre todo, al ser éstas retomadas por el Tridentino es aquí donde hemos de fijar la atención. La hermenéutica de los textos tridentinos referentes al tema es la «gran cuestión » que tiene planteada la teología del «pecado original » en los años setenta. Ellos son el último refugio de la vieja doctrina. Esta cae o se man­ tiene según sean los resultados de esta exégesis. Veamos los estudios realiza­ dos y los resultados más valiosos de los mismos. Durante la década de los cincuenta el Trindentino fue el baluarte para defen­ der el monogenismo como doctrina segura, y para rechazar, como teológicamente inviable, el poligenismo. Pero el baluarte fue conquistado por la investigación teológica: se dio vía libre al poligenismo con todas las consecuencias ya cono­ cidas. Durante la década de los sesenta de nuevo se le impuso al Tridentino la función de baluarte contra los negadores de la «teología de Adán». Pero tam­ bién este muro fue salvado por los investigadores de vanguardia: la teología de Adán se tambalea al final de los años sesenta y muere en este último lustro, según veremos pronto. En esta última etapa de nuestra investigación, el Triden­ tino es, una vez más, el último baluarte de la creencia en el pecado original y en relación al contenido más sustantivo de la misma. ¿Será posible releer los textos de Trento en forma tal que dejen ya vía libre para los no-creyentes en el dogma del pecado original? Pensamos que sí. Pero antes de responder a esta difícil pregunta, oigamos los comentarios que, sobre dichos textos, nos ofrecen los teólogos en los años 1970-1975.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz