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E L PECADO OR IG INAL. 53 — La reflexión teológica de Erasmo se centra en la salvación obrada por Cristo más que en el pecado provocado por Adán. Su talante humanista le im­ pulsa a resaltar el momento de actividad personal en el proceso de la salvación y del pecado. — Ciertamente Erasmo va en contra de la interpretación «oficial» de Rm 5, 12-21 canonizada por Trento. Por motivos filológicos y exegéticos interpreta el «ef’ó» referido a los pecados personales. No encuentra el pecado original en esa perícopa, pero no quiere decir que no sea doctrina cristiana y bíblica. La razón teológica más honda es su concepto de pecado como acto personal responsable de cada uno. — No podría achacarse a Erasmo la afirmación de que los demás pequen sólo a imitación de Adán, como querían los pelagianos. Erasmo piensa que, por efecto del pecado de Adán, el hombre quedó «despojado de lo divino y herido en lo natural». Así dañada la naturaleza, corrupta e inclinada al mal, todos los hombres llegan a pecar personalmente, como lo hizo Adán. — Aquello que de Adán heredamos se resiste Erasmo a llamarlo «pecado». No, son más bien «penas del pecado»: carencia de gracia, ignorancia, proclividad al mal, que imposibilitan al hombre para amar a Dios y le ponen en necesidad absoluta de la gracia redentora de Cristo. Por lo demás al célebre humanista no habría que pedirle la precisión de conceptos de los escolásticos, a quienes no podían aguantar. C.— La historia del «pecado original» en la época postridentina. Tam­ bién es objeto de investigación en la obra de /. Gross. Especial inte­ rés adquirieron las discusiones en torno al pecado original con motivo de la reactivización del agustinismo por obra de Bayo y Jansenio y otros agustinia- nos más estrictos. No podía discutirse a fondo el problema de la gracia — co­ mo entonces se hizo— sin volver sobre el viejo problema del pecado original: sobre el estatuto teológico del Adán paradisíaco, consecuencias del pecado original en el hombre, sobre su libertad, sobre la índole de la permanente concupiscencia 18. La discusión en torno al pecado original conoce nueva vitalidad y nueva presentación con motivo de la llamada « crisis modernista », a comienzos de este siglo. Al leer las páginas que al tema dedica J. Gross parece que estamos pre-viviendo ya la problemática llevada a primer plano durante las dos últi­ mas décadas 19. 18. O. c., 'IV, 119-274. Cf. también J. Weismayer, «Erbsünde» und Sündenver- flochtenheil, a58-63. Flick-Alszeghy, El hombre bajo el signo del pecado, 198-204. 19. Gescbicbte des Erbsündendogmas, IV, 274-82. «La crisis modernista revela, dice Gross, que muchos teólogos han reconocido ya que el dogma del pecado original carece de fundamento en las Fuentes de la revelación, ya que es incompatible con la visión del mundo y la sensibilidad moral del hombre moderno. Prácticamente ya han negado el dogma del pecado original», 483 s.

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