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E L PECADO OR IG INAL. 7 4. Hay que insistir en que el concepto de «pecado», predicado del per­ sonal y del original, es análogo. Sólo así puede ser aplicado a los niños. Pero, aunque análogo, el pecado original es una realidad dinámica y «no puede ser abstraído de los pecados personales». «El hombre peca porque es peca­ dor; el pántes hémarton paulino procede de la hamartía, como el acto perso­ nal de fe procede de la fe infusa plantada en el bautismo» [361], 5. Habrá que insistir debidamente — como hace sobre todo Weger — en la dimensión social estructurante de la personalidad humana. Por ello, la trasmisión del pecado original habrá de explicarse por cauce comunitario, basados en la índole socio-histórica de la persona. Tenemos aquí un caso importante de la tensión entre individuo singular y solidaridad comunitaria. Manteniendo esa tensión el autor sugiere que, respecto al pecado originante, no es satisfactorio el monoculpismo estricto de Flick-Alszeghy y otros; pero tampoco el policulpismo acéfalo de Schoonenberg. El pecado «primero» man­ tiene su rango, pero el «pecado del mundo» lo completa sin hacerlo inne­ cesario [362 s.]. Al comienzo, igualmente, de la década disponemos de una exposición sintética de la temática sobre pecado original, especialmente valiosa por las circunstancias concretas en que nos es ofrecida por J. Weismayer 4. Como conclusión de los problemas estudiados en capítulos anteriores y como perspectiva para apreciar las conclusiones finales de su estudio Weis­ mayer señala algunos prenotandos metodológicos: 1) Son conocidas las divergencias de interpretación del pecado original en Agustín y la tradición occidental, en los padres orientales y en la teo­ logía contemporánea. Como mínimo habría que retener un concepto de pecado original que Weismayer toma de Rahner: «una general situación de perdición (-Unheilssituation) que afecta a todo hombre con anterioridad a la decisión de su libertad personal; situación que, sin embargo, es fruto de una determinación histórica, no pertenece a la naturaleza del hombre, viene dada por su decisión libre, no por su mera condición creatural». Weger in­ dica que hay que hacer intervenir aquí la «voluntad salvífica» de Dios [365]. 3. O. c., 362 s. Las conclusiones de Ruiz de la Peña son más bien conservadoras, atendida la fecha en que están escritas. Habría que renunciar radicalmente al prestigio mítico del primer pecado ; dudar más de la base bíblica de la doctrina del pecado original y de la perennidad de la enseñanza tridentina al respecto. Pero no lo hace el autor. 4 . J . W e is m a y e r , Versuch einer zusammenfassenden Aussage der Erbsiindenlehre. Se encuentra al final de la obra Ist Adam an allem scbuld? Erbsiinde oder Sündenver- flocbteitheit? Diversos aa. estudian el pecado original en A.T., en la literatura intertes­ tamentaria, en el N.T., en la tradición doctrinal y en el magisterio de la Iglesia. Al final ofrece "Weismayer la síntesis a que nos referimos (364-79). Por ello esta síntesis, para la finalidad que perseguimos en este capítulo, resulta especialmente valiosa.

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