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EL PECADO ORIGINAL. 31 3) Muerte y pecado primero ( —Ursünde) [136-46]. Es un hecho de experiencia que el hombre es mortal. Puede preguntarse si la literatura inter­ testamentaria pone, en alguna forma, el hecho en relación con el pecado. El libro de Henoch atribuye la entrada de la muerte en el mundo al pecado de los ángeles, pero no dice más. Por ej., que sea hereditario [137], Otras veces, con alusiones a Gén 3, se dice que la muerte entró por el pecado de Eva, seducida por la serpiente. Todos, en lo sucesivo han de morir, in­ cluso los que son inocentes [139]. Finalmente, también está testificada la creencia de que por el pecado de Adán todos, justos y pecadores, han de su­ frir la muerte [140 s.], en correspondencia a la convicción de ser él el pri­ mer pecador [140 s.]. Finalmente, no faltan textos en que la muerte es considerada como castigo del pecado personal de cada uno [141-5]. Como idea de conjunto Wahle opina que «una investigación sobre los escritos rabínicos muestra que el judaismo no conocía ni el pecado original (pecado hereditario = Erbsünde) ni la muerte hereditaria» [145 s.]. 4) El pecado en los descendientes [146-71]. Llegamos ahora al momento más importante de la investigación: ¿de dónde viene el pecado a los hijos de Adán? ¿del pecado primero o de alguna otra fuente? Hay múltiples ex­ plicaciones. Una primera explicación atribuye el pecado de los hombres a la seducción de los espíritus-ángeles. Seducción que tuvo lugar no sólo en tiempo de los padres, sino que se da también hoy. La seducción no llega a eliminar la libertad del hombre para el bien o el mal [151]. La relación entre el pecado de Adán y la de sus descendientes ofrece dificultades de in­ terpretación. La interpretación de Wahle se resume en estas palabras: «po­ dríamos compaginar ambas concepciones diciendo que el Baruch siríaco por una parte atribuye la fragilidad moral de los hombres al pecado de Adán; pero por otra, cada uno es responsable de su pecado. Cada uno se decide por sí a imitar a Adán o a Moisés [159]. Ya que el responsable auténtico del pecado no es Adán, sino el mal instinto que reside en cada hombre y la actitud que cada uno adopta ante él, se comprende la importancia de la lucha entre el bien y el mal como tarea perenne de la vida humana. Diversos escritos hablan de la tentación que el diablo puede inducir en el hombre. Una mala inclinación está inscrita en el ser humano ya antes, desde su crea­ ción, se arraiga con el pecado de Adán y crece hasta el fin del mundo [165]. Aquí es preciso recordar la conocida teoría rabínica del «mal instinto»: Dios mismo crea a cada hombre con ese mal instinto. El hombre debe luchar para no dejarse vencer de él con los medios que luego se verá [168 s.]. Por tanto, el hombre está batido por el influjo de los espíritus malos, padece la debilidad moral consiguiente al pecado de Adán, está condicionado por su mal deseo. En consecuencia, el pecado domina de hecho en el mundo. (hrsg.), lst Adam an allem schuld?, 116-81. Aluden al tema M. G a rcía C ord ero, Teolo­ gía de la Biblia, II, 521-6. J. S a lg u ero, Pecado original, 109-14.

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