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4 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE En esta tercera etapa de nuestra investigación vamos a asistir al lento y seguro ocaso de esta secular creencia cristiana ; como si fuese un anciano que «lleno de días» ha cumplido el curso de su vida y se acuesta a morir con toda sencillez y naturalidad. En otros tiempos, la negación o la duda seria en referencia a esta doctrina, hubiera provocado una aguerrida resis­ tencia por parte de los teólogos y hasta una enérgica intervención de la autoridad doctrinal de la Iglesia. Ahora, no se percibe ninguna reacción fuer­ te, proporcionada a la importancia que se decía tener esta enseñanza. Los negadores del «pecado original» van en aumento. Parece se va generalizando la convicción de que, al perder este viejo «dogma», no se pone en peligro nada realmente importante y sustantivo para la ortodoxia y la ortopraxis del cristiano de la segunda mitad del siglo xx. Más aun, abrigamos la espe­ ranza de que, superados estos años de discusiones e incertidumbres, el con­ junto de nuestra teología cristiana saldrá robustecido y clarificado en aspec­ tos importantes, desde el momento en que pueda ser presentado limpio de la mancha del pecado original. Intencionadamente hablamos aquí del pecado original como de una «creencia», en la acepción un tanto ambigua e indeterminada que la palabra tiene en el lenguaje usual. Para el lenguaje religioso «creencia» tiene un sen­ tido muy denso y cargado de significación: es sinónimo de fe, de dogma. Pero en una reflexión filosófica sobre la sociedad, pensadores como Ortega y Gasset hablan de las «creencias» como del conjunto de convicciones, pre­ supuestos históricos y culturales que recibimos, de forma espontánea, pre- reílexiva y pre-crítica del entorno vital-social en que se desenvuelve nuestro vivir. En estas creencias estamos implantados, como en la tierra madre de la que brotan nuestras ulteriores reflexiones y comportamientos. Decimos tantas veces: estaba en la creencia de... Así, por poner un ejemplo conocido, incluso los sabios antiguos estaban en la creencia de que el sol giraba en torno a la tierra y pensaban, hablaban y obraban en consecuencia. Durante siglos la doctrina del pecado original operó, dentro de la con­ ciencia de los cristianos, como una creencia dogmática. Pero, la historia del pecado original en los últimos veinticinco años nos está demostrando que, en realidad, el pecado original ha sido más bien una creencia en el sentido sociológico y cultural de la palabra: una convicción, un presupuesto que los creyentes recibían y aceptaban, en forma espontánea y precrítica, del ambien­ te cultural-religioso en que vivían. Por este motivo, si ahora hablamos del ocaso de una creencia, no queremos perturbar a nadie haciéndole pensar que la teología abandona un «dogma» de fe. Se pierde, únicamente, una creencia en la que se estaba desde siglos. Pero lo sustantivo de la fe no será afectado

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