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18 ALEJANDRO DE V ILLALM ONTE precaución, teniendo a la vista las posibilidades ofrecidas por estos tres mo delos: 1) el que aparece en el Vaticano II, que parte del «homo in seipso di- mwi-hombre dividido en sí mismo», tan próximo al hombre de que ha bla Rm 7 2) el modelo de Schoonenberg, que habla del hombre existencialmente inmerso y afectado por el pecado del mundo, evitando todo «ambientalismo» pelagianizante 3) el modelo de Hulsboscb, que se calificaría como histórico-escatológico. El pecado sería el no-poseer todavía, el rechazar la llamada de Dios al per feccionamiento ilimitado. Evitando el riesgo de extrinsecismo21. 3.— En busca de una convergencia de opiniones. La multitud de preguntas siempre renovadas, los varios y divergentes en sayos de remodelación de la teología del pecado original no podrán menos de producir cierta fatiga; pero por otra parte estimularán los deseos de encontrar una unidad y convergencia fundamental de toda la nueva proble mática. A. Scbmied 22 emprende esta tarea y resume el fruto de su trabajo en seis puntos, que mencionamos sin mayor comentario, innecesario para nos otros a estas alturas de nuestra investigación: 1 . Reconocimiento de la originaria intención de la doctrina del pecado original, e. d., su re-cristologización [144], Es unánime la reclamación de que hay que implantar el tema en una pers pectiva cristológica-soteriológica. Así lo presentó Pablo en Rm 5, 12-21, según aceptan unánimemente la exégesis y la teología. Para resaltar la sobreabundancia de la redención, presenta antes al hombre dominado por el pecado. Agustín de mostraba el pecado original con argumentos de Escritura y basado en la praxis bautismal. Pero, en última instancia, lo que quería salvaguardar era la universal necesidad de la gracia y redención por obra de Cristo. Así «pecado original» significa la interna necesidad que todo hombre, desde el comienzo de la existen cia, tiene de la gracia, de la acción redentora de Cristo [146 ss.]. 21. Al final alude Daly a la importancia de los estudios de P. Ricoeur sobre her menéutica de símbolos-mitos; a la idea de W. Pannenberg de que la revelación no se comprende al principio, sino en marcha hacia el final, y a la advertencia de T. F. Torrence sobre el peligro que hay en aceptar demasiado literalmente modelos lingüísticos, tomados de la experiencia, para expresar realidades trascendentes. En general la historia de la teología muestra el constante abuso del lenguaje, que es tomado en su sentido dema siado literal, realista, unívoco, «fiducial» y carente de crítica auténtica. Cf. 122 ss. 22. A. Schm ied, Konvergenzen in der Diskussion um die Erbsünde, 144-56.
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