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530 BERNARDINO DE ARMELLADA Se pudo esperar que la ponencia dedicada al Magisterio de la Iglesia iba a estudiar a fondo concilios, encíclicas papales, etc., y no referirse sim­ plemente a las dubitantes declaraciones «post-Humanae vitae» de algunas Conferencias Episcopales. Fue una laguna importante, no achacable a la organización de la Semana. Respecto a la espiritualidad matrimonial hubo destellos de luz en algu­ nas intervenciones: Quizás la más clara fue la o b lic u a desde la Ortodoxia griega, pero desconectando de la exigencia concreta su bello ideal místico. Y como tónica de los ponentes, había más preocupación por lo s p r o b le ­ m a s del matrimonio que por e l p r o b le m a d e l m a tr im o n io . Como si la valo­ ración y defensa de la institución contradijera a la dignidad de la persona. ¿No puede decirse que la sociedad no crea el matrimonio y sus caracte­ rísticas, sino que las recibe y las integra, porque su potestad es secundaria y reguladora, análogamente a lo que ocurre con la persona y sus derechos? Y la perspectiva p er s o n a lis ta del matrimonio, potenciada por el Concilio Vaticano II, en vez de debilitar el vínculo constitutivo de la institución ma­ trimonial, ¿no lo refuerza alargando, si cabe, su horizonte? Pues si el dina­ mismo de la fe da e te r n id a d al estrato de esperanza que refuerza el ser de la persona, ¿no hará lo mismo con el amor interpersonal de los casados, que por el sacramento «son de la Iglesia de una manera nueva y original»? Y si la actitud de Jesús es radical, en cuanto a la indisolubilidad del ma­ trimonio, y la Iglesia, en su período «constitutivo» y de revelación pública, precisó bajo la guía del Espíritu Santo el alcance de la indisolubilidad del matrimonio (aunque sea por el modo negativo de las excepciones, y en un medio que experimentaba mayores dificultades prácticas que hoy por la con­ dición de la mujer), ¿va a poder ahora esa misma Iglesia romper con su tradición por simple influencia del medio mundano circundante? Y la razón sociorreligiosa de la «salus animarum» ¿no tendrá que enten­ der la función de la Iglesia como ayuda al hombre débil para que salve su vida y su amor en la purificadora exigencia del Evangelio? ¿Es que el perceptible esfuerzo por rebajar el espíritu cristiano al nivel de una humanidad dislocada en su valoración del amor y del sexo, no es una infidelidad a la sencilla y elevadora enseñanza de Jesús y a la misma humanidad, tan necesitada de impulsos trascendentes? Son preguntas que le surgen espontáneamente al teólogo católico. Y no es cuestión de paralizar el progreso legítimo y deseable. Pero sí es necesario que no se desoriente la misión de la Iglesia, que también en el matrimonio de sus hijos tiene que ser sacramento eficaz del único amor verdadero, que tiene su modelo y su fuerza en la entrega sacrificada de jesús. B ernardino de A rmellada Gijón

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