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526 BERNARDINO DE ARMELLADA la vida de la Iglesia no dejan lugar para una ruptura con la doctrina católica de la indisolubilidad del matrimonio en su reducto sustancial de «rato y consumado». 5. E l M a g is te r io d e la Ig le sia Antonio S anchis Q uevedo , profesor de la Facultad Teológica «S. Vi­ cente Ferrer» de Valencia, tituló su intervención N a tu ra leza y é tic a d e l m a ­ tr im o n io e n r ela c ió n c o n e l M a g is te r io d e la Ig lesia . Calificó de «descon­ cierto total» el provocado en la Iglesia por las reacciones contradictorias de muchas personas y grupos responsables frente a la «Humanae vitae». Des­ pués de frases de afectada paradoja como «precisión ética de dar al traste con las exigencias éticas», que es «fundamentalmente inmoral que las per­ sonas no puedan ser sinceras con la existencia», el ponente buscó luz en el Magisterio de los Obispos, al que concedió «gran valor eclesial». Recono­ ciendo el valor de la encíclica papal, pero con la conciencia de que la con­ tinencia periódica no basta, tratan de conocer de verdad al hombre y ver en el matrimonio los dos aspectos de comunión de vida para la procreación y comunión de amor. Desde siempre la comunidad cristiana ha visto en el matrimonio una unidad interpersonal que tiene su expresión natural en la unión de un a s o la c a rn e, con todo el alcance personalista que implica la entrega total en el amor. Y cuando en el NT se habla, como opción y no mandato (1 Co 7, 6), de renunciar al ejercicio del matrimonio para entre­ garse a la oración, de mantener la unidad, de no exponerse a la incontinen­ cia, se valoraría en ello la «opción de conciencia de los esposos». Claro que aquí vuelve entero el problema en la necesidad de formación de la concien­ cia de los esposos. El ponente se persiguió en algún momento a sí mismo sin lograr encontrarse: el Magisterio remitiría a una conciencia que se su­ pone formada por conocer y aceptar el Magisterio. Analizó algunos datos antropológicos dentro de una concepción dinámica de la naturaleza en que lo cambiante y evolutivo representa valores nuevos, integrables en la moral evangélica. Puede decirse que la aplicación que hizo al matrimonio es fun­ damentalmente correcta. Hay jerarquía de valores, y el amor interpersonal es el primero. Por ello la regulación de la fecundidad no puede ser freno al amor interpersonal (que no puede identificarse sin más con el ejercicio de la sexualidad). Las observaciones de que los casados tienen que evitar el egoísmo y el mero sentido erótico del matrimonio, y que, viviendo «la gracia de Cristo en el amor trascendente que transforma nuestra existencia», escojan en el caso concreto lo que juzguen más valioso para el amor autén­ tico, son — al menos en la expresión— más evangélicas que los análisis de la teoría del mal menor o de la mutilación de la parte para salvar el todo. ( ¡Aunque a otro nivel, es de sa lva r e l t o d o de lo que se trata!).

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