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502 E N R IQ U E R IV E R A meramente conocido y objeto de las facultades, a partir de una teología agustiniana del espíritu, imagen de Dios» (p. 260). Dos evoluciones señala C. Berubé en san Buenaventura. Ambas tienen gran significación dentro de su cuerpo doctrinal. La primera se refiere a su interpretación de la teología que se inicia como una concepción prevalente- mente académica y escolar, cual se percibe en sus C o m e n ta r io s a las S e n te n ­ cia s, y poco a poco se alza a ser una teología más vital y más en contacto con la Escritura, con la viva palabra de Dios. C. Berubé intenta percibir este acercamiento de san Buenaventura a lo vital a través de sus obras prin­ cipales. En el análisis del B r e v ilo q u iu m se pregunta por la relación que establece nuestro doctor entre Escritura y Teología. Más tarde penetra en la conexión entre ciencia y santidad tal como san Buenaventura la percibe en el tratado D e d o n is S p iritu s S a n cti. Siente igualmente la viva tensión que surge entre la sabiduría humana — ¿mundana?— y la sabiduría cristiana en las C o lla tio n e s in H e x a e m e r o n , al mismo tiempo que advierte cómo nuestro doctor se eleva por la Escritura a la plena sabiduría que en este momento de plenitud es siempre sabiduría mística, la cual es descrita por el santo doctor en pos del Pseudo-Dionisio. Tan bella temática la desarrolla C. Be­ rubé en diálogo con los máximos exponentes del pensamiento actual, a los que discute y al mismo tiempo asimila. Pensamos por nuestra parte que si tan bella temática ha sido expuesta con toda nitidez, parece, con todo, que hay cierta tendencia a exagerar dis­ tancias entre el punto de partida de nuestro doctor y el de llegada. Si se recuerda que en el P r o e m io a sus C o m e n ta r io s a las S e n te n c ia s dice taxa­ tivamente que la teología se halla inserta en la Escritura y que tiene por fin « u t b o n i fia m u s », pensamos que desde un principio domina en nuestro doctor un pensamiento teológico bíblico y vital y que su desarrollo hay que limitarlo a un caminar cada vez más decidido en esta dirección; sin cambio alguno sustancial. Lo mismo, tal vez, haya que decir respecto del segundo punto que se señala sobre la evolución de san Buenaventura desde su concepción del alma como imagen de Dios hasta llegar a ver en Dios el primer objeto de nuestro conocimiento. Ya el hecho de que ambos temas se hallen en los capítulos centrales del Itin e r a r iu m m e n tís in D e u m obsta a que se pueda hablar de evolución bonaventuriana en este punto. Si se comparan entre sí los capí­ tulos III y V, se constatará que uno nos habla del punto de partida de la supuesta evolución bonaventuriana: el alma como imagen de Dios; mien­ tras que en el otro podemos leer el pasaje atrevido y arriesgado en el que san Buenaventura pone a Dios como primer objeto de nuestro entendimien­ to. Sabido es que este pasaje del capítulo V fue manipulado por quienes en él leyeron el ontologismo de nuestro doctor. La crítica no ha dado la razón a estos comentaristas. Pero tampoco parece que ésta pueda admitir una evo

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