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5 0 0 E N R IQ U E R IV E R A Llull con apóstoles hasta el sacrificio total; con Colegios de Misioneros para conocer anticipadamente los campos de misión; con la unificación de las Ordenes militares. Y todo ello para equipar un ejército al servicio de la conversión pacífica. El último capitulo expositivo de la doctrina de Llull lo dedica Cruz Hernández al misticismo de éste. Sólo una mística puede dar la arrebata­ dora fuerza espiritual que se apoderó de Llull. El autor afirma que es el punto central de su sistema. Y también de su vida. Su misticismo explica ese sentido de circularidad de toda la obra luliana y que causa no poca desa­ zón en sus lectores intelectualistas. Fin, intención y dialéctica se aúnan en la mente encendida de este pensador. De la mística luliana su más bello tema es el amor. ¿Quién no conoce el incomparable Libre de amic e Amat? Cruz Hernández se detiene morosamente en el análisis de esta temática que suponemos conocida del lector. Por otra parte, se atiene aquí, una vez más, al carácter de alta divulgación, magníficamente logrado. Sin embargo, no puede menos de traicionarse a sí mismo, al ciarnos un estudio de especia­ lista cuando enjuicia el influjo de los místicos sufies en la divina erótica de R. Llull. El capítulo once, que viene a ser un apéndice de la obra, nos da la his­ toria del lulismo. Es lo menos original de la obra, si bien tiene el mérito de no desconocer ningún dato importante de esa historia. De gran utilidad como punto de partida para el futuro investigador. Honra la honorabilidad del autor el que, después de elencar a los grandes investigadores actuales del lulismo, escriba: «Sólo me resta decir que sin estas obras hubiera sido impo­ sible realizar este libro» (p. 355). Después de esta exposición pensamos que el lector ha tomado conciencia del mérito de la obra y también de sus posibles limitaciones. Nos permiti­ mos, con todo, alguna observación. Acerca de los influjos culturales en R. Llull, sin regatear admiración al dominio del pensamiento árabe en el que Cruz Hernández es un indiscutible maestro, podemos observar si no le habrá traicionado en algo su especia- lismo. Nos referimos, sobre todo, a su tesis del influjo en Llull del neopla­ tonismo, vía árabe, o mejor, vía Avicena. Pensamos que el influjo del neo­ platonismo en la gran escolástica medieval se debe a tres afluentes, con abso­ luta autonomía, pero que convergen en el gran caudal que forman los gran­ des doctores medievales: Alberto Magno, Buenaventura de Bagnoregio, To­ más de Aquino, Duns Escoto y R. Llull. Estos tres afluentes fueron san Agus­ tín, en quien beben directamente los doctores medievales; el Corpus Diony- siacum, a quien consideran casi como palabra revelada; y el neoplatonismo de los pensadores árabes, conocidos en Occidente a través de los traductores de Toledo. Todo esto lo conoce muy bien el profesor Cruz Hernández, espe­ cialista también en la historia del neoplatonismo. Pero en esta obra parece

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