PS_NyG_1977v024n003p0497_0516

P E N S A M IE N T O Y V ID A E N E L . 4 9 9 Ya en descenso hacia problemáticas particulares el capítulo sexto hace ver el sentido de la sabiduría luliana: en su vertiente negativa, como lucha intelectual contra el averroismo, y en su vertiente positiva, como construc­ ción mental erigida según cuatro condiciones fundamentales. Son éstas recta intención, posibilidad de conocer las razones necesarias básicas, concepción de Dios como el ser más grande y más noble y conciencia de los diversos modos de conocer. El contenido de la filosofía luliana se resume en el capítulo séptimo. Des­ pués de repetir el autor una vez más que Llull optó a favor de la síntesis neoplatónica, hace ver que para el pensador mallorquín los paradigmas de las cosas se hallan en Dios, según ya lo pensó san Agustín. Los pensadores árabes, preocupados por garantizar la unicidad de Dios, desarrollaron este tema en el estudio de los nombres divinos, «hadras» en su lengua. R. Llull vertió esta teoría árabe en su concepción de las dignidades. En todo caso, la visión metafísica luliana contempla a la creatura como «frágil arcilla que lleva la firma del divino alfarero». Dentro de esta visión ejemplarista R. Llull contempla al hombre como el « microcosmos » por excelencia. Aborda el capítulo octavo la teología luliana, a la que califica de «circu­ lar», por carecer de punto de partida y por presentarse como una sabiduría de vida y de ación. De aquí el entrecruzarse de sus múltiples elementos. Tema capital en la misma son las dignidades, que constituyen la esencia de la naturaleza divina. Intrínsecamente se relacionan entre sí; extrínsecamente con las creaturas. Dado que Dios se manifiesta por sus dignidades, deduce de ello Llull que la Encarnación del Verbo no puede ser efecto de la cir­ cunstancia del pecado. Ella sólo es explicable por su conexión con la pri­ mera dignidad, que es la Bondad divina. El captíulo noveno se abaja a la realidad del saber práctico y muestra cómo Llull soñó una bellísima utopía, meta de su acción. En ella se entre­ cruza la idea cristiana de la Iglesia, como preanuncio de la Jerusalén celeste, con la idea neoplatónica de la virtud como norma de la ciudad y con la idea civil del imperio. Del entrecruce de las mismas brota en la mente de Llull la ciudad ideal, de la que se hallaba tan alejada la ciudad eclesiástica y la ciudad civil de su tiempo. Clave de la utopía luliana es la distinción entre las intenciones divinas. La primera señala el plan divino intangible. La se­ gunda implica ya una dinámica operativa, inserta en ese «radical voluntaris­ mo de las teologías creacionistas». A visión tan alta en R. Llull corresponde una pedagogía no menos elevada, la cual enseña a los «caballeros a lo divi­ no» el método de ascender hacia los ideales eternos por la dura calzada del cumplimiento de los propios deberes. En función de ese mismo ideal utópico hay que interpretar el ideal político de R. Llull, vinculado a un «status» imperial que en aquellos mismos días seducía a Dante Alighieri. También en este ambiente de utopía se explica la cruzada espiritual que propugnó R.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz