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EL SACERDOCIO EN LOS DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO 4 7 5 6 . M á s p r e c is io n e s d e P ío X I I s o b r e e l s a c e r d o c io m in iste ria l y e l d e lo s fie le s En la exhortación apostólica M e n t i N o s tr a e del 23 de septiembre de 1950 refiriéndose solamente al sacerdocio ministerial y recogiendo las en señanzas de la exhortación de San Pío X H a e r e n t a n im o , de Pío XI A d c a th o lic i s a c e r d o tii y las de él mismo en las anteriores encíclicas M y s tic i C o r - p o r is y M e d ia to r D e i, define aquel sacerdocio desde un ángulo genético cau sal, como participación de la misma potestad redentora de Cristo. «Pues és te, a fin de perpetuar hasta el final de los siglos la obra de la redención consumada por él mismo en la cruz, confió su potestad a la Iglesia, a la que quiso hacer partícipe de su único y eterno sacerdocio. El sacerdote es, pues, como o t r o C r is to —como dijo Pío XI— porque está sellado con un carácter indeleble que lo convierte en una imagen viva de nuestro salvador. El sacer dote tiene las funciones de Cristo, el cual dijo: C o m o e l P a d re m e e n v ió , a sí o s e n v ío y o a v o s o t r o s (Jn 20, 21); q u ie n a v o s o t r o s esc u ch a , a m í m e e s c u ch a (Le 10, 16)... e s tá c o n s titu id o p ara lo s h o m b r e s e n las c o s a s q u e to c a n a D io s (Heb 5, 1). Necesario es, pues, que a él recurra todo el que quiera vivir la vida del divino Redentor y desee recibir fuerza, consuelo y alimento para su alma. En él también habrá de buscar el remedio necesa rio el que desee salir de sus pecados y volver al buen camino. Así el sacer dote puede aplicarse a sí mismo las palabras del Apóstol de las Gentes: S o m o s c o o p e r a d o r e s ... d e D io s (1 Cor 3, 9)». En el discurso M a g n ifíc a te D o m in u m m e c u m pronunciado en 1954 ante un grupo numeroso de sacer dotes, obispos, cardenales, etc., repitió la idea de Pío XI de que «el oficio propio y principal del sacerdote fue siempre y es el de s a crifica r (v. A A S 1925, 600), de suerte —prosigue Pío X II— que donde no haya una ver dadera y propia potestad de sacrificar tampoco existe un verdadero y propio sacerdocio digno de tal nombre. Y anticipándose a nuestros problemas de hoy afirmó ya entonces: Esto vale también plena y perfectamente para el sacerdote de la Nueva Ley, cuya principal potestad y la razón de su oficio es ofrecer el único y excelso sacrificio del Sumo y Eterno Sacerdote... el mis mo que el divino Redentor ofreció de modo cruento en la cruz, y que quiso se repitiera perpetuamente, por lo que mandó a los apóstoles: H a c e d e s t o en m em o r ia m ía (Le 22, 19). Y la conclusión de Pío XII es firme y esclarece- dora: A los apóstoles, por tanto, y no a todos los fieles hizo y constituyó el mismo Cristo sacerdotes y les dio el poder de sacrificar» ( A A S 1954, 667). Esta conclusión puede sonar un poco duro a algunos autores actuales que desconocen o han olvidado lo que dijo Pío XII entonces y que no ha sido cambiado en modo alguno por el concilio Vaticano II. En efecto, al hablar del sacrificio de la Misa según Trento, había ya advertido: «el sacerdote ce lebrante, que hace las veces de la persona de Cristo, es el único que sacri fica; no lo es el pueblo... Por el hecho de que los fieles cristianos partici
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