PS_NyG_1977v024n003p0467_0496

4 6 8 RICARDO MARIMON BATLLO 2. Pío X I : Cristo sacerdote y víctima; los fieles participan en este sacerdocio Pío X I habló sobre el sacerdocio en varias de sus encíclicas y lo hizo a veces con notable extensión. En la encíclica Ojias primas del 11 de diciem­ bre de 1925 presenta la naturaleza del sacerdocio de Cristo como especificada por el acto de ofrecerse como víctima: «como Sacerdote se ofreció y se ofre­ ce perpetuamente a sí mismo como hostia por los pecados» ( AAS 1925, 600). En la encíclica Miserentissimus Redemptor de 8 de mayo de 1928 ex­ pone también la función expiatoria, en este caso del real sacerdocio de los fieles, que deben unir su propia inmolación a la de Cristo. Sin que el objeto de la encíclica sea el sacerdocio de los fieles, toda ella trata de aquella acció” propia del mismo, a saber, de ofrecer a Dios víctimas expiatorias por los pecados ( AAS 1928, 170 ss.). Sigue Pío X I exponiendo la naturaleza expiatoria del sacerdocio de Je­ sucristo: «Ninguna fuerza humana creada hubiera sido suficiente para ex­ piar los pecados, si el H ijo de Dios no hubiera tomado la naturaleza huma­ na para restaurarla» (Ib., 170). Jesucristo es, pues, el único sacerdote que ha ofrecido un sacrificio aceptable a Dios, gracias a su naturaleza divina: "No quisiste hostia ni oblación, pero me diste un cuerpo ; los holocaustos por el pecado no te agradaron ; entonces dije-. He aquí que vengo (Heb 10, 5-7)». Y de hecho se ofreció como hostia por nuestros pecados: «Verdade­ ramente tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores ; fue he­ rido por nuestras iniquidades (Is 53, 4-5) y llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero... (1 Pe 2, 24)». E l resultado de su acción sacer­ dotal fue que "cancelando la cédula del decreto firmado contra nosotros... la quitó de en medio, clavándola en la cruz... (Col 2, 14) para que muertos al pecado, vivamos a la justicia (1 Pe 2, 24)» ( AAS 1928, 170). Así pues, Jesucristo es sacerdote, primero por ser el H ijo de Dios encarnado; segundo, porque realmente padeció como víctima por nuestros pecados; y tercero, con el fin de borrar nuestra sentencia de muerte y para que nosotros muer­ tos al pecado vivamos para la justicia... Trata también Pío X I en esta encíclica del «sacrificio eucarístico» con el que «el sacrificio cruento de C risto... sin interrupción de modo incruento se renueva en nuestros altares — y cita la doctrina de Trento— , puesto que una misma es la hostia que ahora se ofrece por ministerio de los sacerdo­ tes, etc. (AAS 1928, 171). Los fieles en su función sacerdotal expiatoria de­ ben unir sus propios sacrificios al sacrificio de Cristo, pues «aunque la abun­ dante redención de Cristo nos perdonó todos los delitos (Col 2, 13), sin em­ bargo y por una admirable disposición de la D ivina Sabiduría que dispuso que hemos de completar en nuestra carne lo que falta a la pasión de C risto... (v. Col 1, 24), también podemos y debemos añadir nuestras alabanzas y

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz