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EL PECADO ORIGINAL. 391 tendal, a la enseñanza sobre el pecado que domina a la humanidad antes de recibir la gracia de Cristo. Respondiendo a estos criterios el «Catecismo Holandés» realiza una nue­ va lectura de los textos bíblicos referentes al origen del mal en el mundo. La historia primitiva (la narrada en Gén 1-3 , especialmente) es un mensaje eterno sobre las más profundas bases de nuestra vida con Dios: 1) la creación, 2) la elección, 3) el pecado, 4) la redención. Carece, pues, de importancia doctrinal la historia del paraíso y del Adán inocente : el pecado originario de éste como pecado cualificado cometido allá en los orígenes ( ¡in illo tempore! ). En lugar del pecado originante de Adán la función de constituir pecadores a los hombres todos, hecho innegable en la Escritura, hay que atribuirla al «pecado del mundo», que pone a cada uno en situa­ ción externa e interna de pecado. Rm 5, 12-21 podría hacernos pensar que el pecado entró en el mundo por obra de un solo hombre, Adán. Sin embargo, la exégesis crítica no se verá obligada a mantener la historicidad de Adán y de su pecado excepcio­ nal; incluso aunque Pablo, personalmente, compartiese esta convicción con los otros judíos de su época. Así pues, la teología de Adán, con todo lo que ella comporta, deberá dejarse caer, ante la imposibilidad de compaginar esta explicación sobre el origen del pecado, con la mentalidad evolucionista, legítima y cierta, del hombre de hoy. En la perspectiva adoptada por el «Catecismo Holandés» tampoco habrá motivo para atribuir a un pecado inicial de la humanidad los sufrimientos, la miseria de la historia humana, la muerte. Más bien son consecuencias connaturales, insuperables en el hombre viador, hasta que la gracia redento­ ra de Cristo no se le aplique en forma perfecta, al final de la historia de salvación. El «Catecismo Holandés» tuvo enorme difusión y aceptación. Su exposición sobre el pecado original, por una parte era reflejo de las ideas que iban preva­ leciendo en los niveles teológicos; y, por otra, contribuyó notablemente a difun­ dir la nueva problemática y las nuevas soluciones. Entre las reacciones suscitadas merecen peculiar atención las que llamaríamos oficiales, provenientes de la Curia Romana. Esta, en su intervención, recuerda la necesidad de seguir, todavía, manteniendo la explicación tradicional, en sus líneas básicas. Con algunas atenuaciones, por ejemplo la posesión virtual, no necesaria­ mente formal, del estado de «santidad y justicia» primera y sus dones conco­ mitantes; la viabilidad teológica del poligenismo antropológico. En toda la dis­ cusión preocupó mucho a la Comisión Romana el hecho de que el «Catecismo Holandés» prescindía, por sistema, con premeditación y como principio herme- néutico, de las enseñanzas del Magisterio expresadas en Trento. Hecho que im­ plicaba una nueva hermenéutica de textos conciliares y magisteriales en general.

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