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EL PECADO ORIGINAL. 4 6 5 cia a subrayar la dimensión social-comunitaria de la salvación y de la perdi­ ción. Son exigencias de la sensibilidad espiritual del hombre de hoy, que no es lícito preterir. Y así, con diversa acentuación, son recogidas por todos los teólogos que intentan renovar la teología del pecado original. Nadie quiere ser tachado de exclusivista o de inactual. En última instancia tal vez podría pensarse en dos tipos fundamentales, dos caminos y modelos para estudiar el problema del «pecado original » en su conjunto. Dualidad que viene dada por la doble dimensión constitutiva de la cosa en sí que se quiere explicar racional-científicamente: el pecado del hom­ bre en su conjunto y en cada caso concreto en que se produce, se ofrece como fruto y resultado de dos fuerzas que parecen inconciliables: el sino y la libertad. Por una parte no podría hablarse de un fallo moral humano si éste no fuese personal, voluntario, responsable, si no estuviese bajo el dominio de la propia libertad. Pero, al mismo tiempo, algo sobrehumano, más fuerte que el hombre, algo cargado de fatalidad y sino indomable parece operar allí mismo donde sólo debería haber plenitud de un acto libre y dominador. La experiencia religiosa - moral universal y la misma Palabra de Dios pare­ cen coincidir en afirmar esta tensión entre destino-libertad, responsabilidad- inevitabilidad del pecado. Nada más humano que el pecar que, sin embargo es algo que desborda al hombre y lo llega a hacer su esclavo. Nunca parece más siervo el libre albedrío humano que después que libremente se entregó al pecado, en un alarde de autoafirmación. Por eso la tensión entre naturaleza-persona, entre sino-libertad resulta insuperable para la mente humana que investiga sobre el pecado. La no superación de esta antinomia, de esta tensión dialéctica entre sino-libertad es la que habría dado origen a la doctrina del pecado original y a las sub- teorías que dentro de ella, y para completarla, se han elaborado y se elabo­ ran todavía. E l «misterio» del pecado es el «misterio» de la libertad del hombre, física, moralmente lábil, caediza. Cuando, al final de esta Sección Segunda, demos un resumen-balance de lo estudiado en ella habrá ocasión para completar las observaciones que en este ca­ pítulo hemos insinuado sobre los diversos ensayos de renovación de la teología del pecado original, aparecidos en la década de los sesenta. A l e j a n d r o d e V il l a l m o n t e

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