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4 5 6 ALEJANDRO DE VILLALMONTE tativus», una especie de potenciación en orden al mal, que el hombre recibe al entrar en la existencia. 3. Así se recupera la indispensable dimensión dinámica del pecado origi­ nal. Este tiende a manifestarse, a tomar cuerpo, en los pecados personales. Como que el pecado original contiene en sí «virtualmente» muchos pecados: virtute continet multa peccata, decía santo Tomás. Recogiendo más directamente algunas de las buenas insinuaciones de la última teología debería insistirse con más intensidad en estos aspectos del pecado original: — El pecado original implica una privación e incluso incapacidad de desarro­ llar la dimensión comunitaria de la vida hacia D ios y hacia el otro. — Por ser verdadero pecado, el original implica privación del don salvífico de la gracia y la ruptura de la alianza con Dios. — El rechazo de D ios adquiere una concreción psicológica de tendencia a re­ plegarse egoísticamente dentro de sí mismo. Imposibilidad de amar a D ios y al prójimo más que a sí mismo. — Surge así la relación del pecado original con la concupiscencia, en el sen­ tido más amplio: incapacidad de integrar en la vida personal todo el dinamismo humano, dom inándolo en orden a realizar los valores superiores. — Victoria de Cristo sobre el pecado. La referencia a la acción redentora de Cristo es verdad primordial en el conjunto de la enseñanza sobre el pecado ori­ ginal. La exposición de J. Cordero se mueve, pues, sobre el fondo fijo de la enseñanza tradicional, con reajustes que sólo afectarían a la forma de expre­ sión de la vieja creencia. Michael Hurley Enfoca el tema del pecado original desde una perspectiva inconfundible­ mente teilhardina 61. E l asociar el origen del pecado a Adán resulta hoy embarazoso para la ciencia y para el cristianismo. Este proclama la existencia misma del pecado original y su remedio, no su origen. A l hacerse dudoso el origen adánico del pecado original, muchos dudan de su existencia. Es urgente, pues, enfocar el problema desde Cristo y desde su redención. En efecto, lo central del cristianismo es que Dios quiere salvar a los hombres en Cristo. En conse­ cuencia el hombre para salvarse deberá estar en Cristo. Sin embargo, al llegar a la existencia está privado del Espíritu, de la vida divina, privado del dominio de sí mismo para el bien; y, por otro lado, sujeto a las fuerzas terre­ nales del pecado, de la carne. 6 1 . M . H urley , The Problem of Original Sin, 7 7 0 -8 6 .

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