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EL PECADO ORIGINAL. 449 siendo la norma del magisterio actual y viviente» [ 1 5 8 ] . Sólo en lo sustan­ cial, como veremos. En efecto, Ba opina que, aunque la perspectiva monogenista pudo ser la seguida en forma espontánea, precrítica por los autores bíblicos, por el ma­ gisterio, por los teólogos, sin embargo el monogenismo hoy ya no se impone como indispensable para explicar el dogma del pecado original. Monogenis- mo-poligenismo quedan como temas dependientes del progreso de las cien­ cias. «La fe en el pecado original y en el pecado de los orígenes sería com­ pletamente independiente de uno y de otro» [ 1 7 9 ] . Una idea teológica que ha estado, desde siglos, subyacente en toda la problemática en torno al pecado original, es la idea de la solidaridad de todos los hombres en el pecado. Los tomistas antiguos la explican mediante la con­ cepción de Adán como cabeza física de la humanidad. Otros hablaban, con preferencia, de la capitalidad moral de Adán respecto a sus descendientes. Ultimamente se quiere aplicar a la cuestión la idea bíblica de la «personalidad corporativa». Idea aprovechable, pero incompleta. Mayor importancia ten­ dría la figura teológica del «pecado del mundo». Su ventaja es obvia en orden a no dar excesiva importancia al pecado de Adán y a no aislarlo de los pecados personales. La forma en que lo propone Schonenberg tendría, a juicio de Ba, esta doble desventaja: que niega, con excesivo radicalismo, la peculiaridad el primer pecado iniciador de la historia pecadora del hombre y que no salva satisfactoriamente la universalidad estricta del pecado origi­ nal, contrapunto de la universal redención de Cristo. Como conclusión de sus investigaciones Ba afirma: — A l comienzo ya tuvo el hombre realmente la gracia y justicia, un inicio de vida eterna. Aunque no en forma perfecta, sino con tendencia a irse per­ feccionando hacia Cristo. Si antes se pensó perfecta ya al comienzo, esto fue «en virtud del discutible principio de la perfección de los orígenes» [ 216 ] , — No es legítima la ruptura establecida por muchos teólogos antiguos entre la economía paradisíaca y la economía de Cristo: desde el principio no ha habido más gracia que la gracia de Cristo ni más acceso a Dios que a través de Cristo. También para la humanidad originaria. — E l pecado(-s) de los orígenes no tuvo peculiar importancia, ni por­ que rompiese una previa economía paradisíaca, ni por su excepcional gra­ vedad; sino porque «inauguraron el reino del pecado en el mundo. Pero no hicieron más que inaugurarlo» [ 2 19 ] . No hay que aislarlos de toda la historia humana pecadora, del pecado del mundo. — E l pecado no ha suprimido la ordenación del hombre al fin sobrena­ tural, ni ha trastornado la condición histórica de la humanidad, por ejemplo, introduciendo la muerte, el dolor, la división interior del hombre que son naturales.

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