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EL PECADO ORIGINAL. 445 Gr da por superadas las categorías antiguas que hablan de difusión o participación en el pecado por factores biológicos, la generación, o por fac­ tores psicológicos-morales, la imitación [PO R 129 ss.] y se demora en las opiniones modernas sobre la función de Adán en la introducción del pecado en la historia. Schoonenberg, Blandino, Rondel son tres ejemplos de la tendencia reduccio­ nista en esta cuestión. Bajo diversas formulaciones estos autores coinciden en atri­ buir el estado de pecado original en que encuentra cada hombre desde su llega­ da a la existencia, a la fuerza contagiosa del «pecado del mundo». Hay en ellos «una identificación del pecado originante con el pecado del mundo, así com o la reducción no menos radical, del estado originario de la humanidad a su estado actual comprendido com o estado de prueba» [P O R 134; cf. 132-136]. V isible­ mente más radical es A Vanneste. Ni Adán ni el pecado del mundo son, en rigor, originantes. El pecado original consiste en la necesidad que todo hombre tiene de redención, por el hecho de que todo hombre es virtual pecador [P O R 136 ss.]. Gr no acepta esta repulsa del «pecado de Adán». Ciertamente «la doc­ trina del pecado original exige un pecado originario, en alguna forma» [PO R 153 ] . También Gr admite y utiliza la figura del «pecado del mundo»: «todo hombre que llega a este mundo y accede a la vida consciente, tiene hipote­ cado el ejercicio de su libertad por un pecado original, directamente religado al pecado del mundo que le rodea y le precede» [PO R 150; 1 31 ] . Sin em­ bargo, hay que mantener lo que Gr llama «historialidad» de la primera caída. Es decir, según decíamos más arriba, Adán y su pecado no son «his­ tóricos» en sentido estricto. Pero hay que mantener como seguro que, a) al despertarse el primer hombre a la conciencia, a la libertad, inauguró la historia como una rebeldía contra Dios; que este pecado originario, primor­ dial, precisamente por ser tal, tiene categoría de «histórico» por antonoma­ sia, a nivel cualitativamente más profundo: en cuanto que fue una decisión que puso en marcha la historia humana en esta dirección concreta: bajo el signo del pecado. Por consiguiente, b) hay que mantener la importancia cualitativa específica y única del pecado originario, por el cual se inauguró la historia y que hizo de toda la humanidad una raza de pecadores [PO R 139-54]. Sin negar la importancia del «pecado del mundo». Por lo que se refiere a la índole misma del pecado originante Gr opina que pueden resultar útiles a la teología la aplicación de las categorías psico- analíticas sobre el complejo de Edipo y su solución en el parridicio perpe­ trado por la horda primitiva. De tal hecho mana esa perenne conciencia de culpabilidad fundamental que acongoja a la humanidad histórica. En el fon­ do todo el pecado sería un intento de matar al padre, un deicidio subcons­ ciente, puesto que es una rebeldía contra Dios. En este sentido el pecado cometido en los orígenes sería arquetipo de todo pecado humano. Y podría tener su validez la idea de Schoonenberg, debidamente modificada, de que 5

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