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388 ALEJANDRO DE VILLALMONTE 2. La nueva antropología y el tema del pecado original La concepción que, en cada época, el hombre tiene de sí mismo ha influido poderosamente en el modo de leer e interpretar los textos bíblicos referentes al tema del pecado original. El humanismo estoico-cristiano de Pe­ lagio, preocupado por valorar la dignidad humana ( ¡dignitas naturae condi­ taci ) le impedía admitir la corrupción moral de la humanidad por efecto de un primer hombre. Por su parte, la concepción del hombre subyacente en el filósofo Agustín, está operando secretamente en la interpretación que él hace de los textos bíblicos referentes a la pecaminosidad humana y al origen de la misma. Desde la Ilustración va cobrando vigencia un concepto optimista del hombre y de sus posibilidades de desarrollo. Por eso la idea del pecado original es el blanco común que une en su lucha las diversas tendencias de la filosofía de la Ilustración. Hume lucha al lado de los deístas ingleses, Rouseau al lado de Voltaire: parece que por un momento no hay ninguna diferencia o divergencia, con tal de abatir al enemigo común. Así, pues, podemos considerar a los filósofos de la Ilustración como los auténticos precursores de las actuales dificultades contra la creencia en el pecado ori­ ginal, bajo los más varios aspectos: contra la visión pesimista del hombre que tal dogma podría sugerir (Rouseau); contra la moralidad auténtica, que no puede aceptar que nadie sea pecador sino bajo su exclusiva responsa­ bilidad personal ( Kant). En Hegel encontramos el inicio de una interpreta­ ción simbólica de las narraciones del Gén 1-3 y de una explicación pura­ mente filosófica y secularizada de las mismas. Estos precursores volvieron a estar de actualidad y merecieron la atención de los estudiosos del tema del pecado original en los años sesenta. El existencialismo es una filosofía, un estilo de pensar cuya visión del hombre aparece muy influenciada por la doctrina cristiana del pecado ori­ ginal. Para Heidegger la culpabilidad es una dimensión constitutiva del hu­ mano existir. Su hombre inautèntico recuerda muchas veces al hombre-em­ pecatado de la tradición cristiana. Bajo este aspecto el existencialismo daba una versión secularizada, «humanista», de la creencia cristiana. Con ello se corre el peligro cierto de disolver el dogma en una interpretación meramen­ te «natural» del misterio del hombre y de su trágico existir en el mundo. El personalismo que impregna toda la filosofía moderna y, en forma más marcada, la concepción del hombre, no puedo menos de reavivar una vieja dificultad contra el pecado original: cómo hablar de pecado en un hombre antes de que su libertad personal se haya decicido consciente y responsable­ mente contra Dios. Nuevo estímulo para reflexionar críticamente sobre las afirmaciones de la teología lo ofrecen en estos años la psicología profunda. Los padres del

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