PS_NyG_1977v024n003p0383_0465

440 ALEJANDRO DE VILLALMONTE de reconocerse que llamar «pecado original» a la situación del hombre al nacer puede tener hoy día sus inconvenientes; y podrían utilizarse otras ex­ presiones tal vez menos sorprendentes. Lo mismo cuando se quiere hablar del pecado originante: tiene excesivas connotaciones al mito adánico. Mejor hablar del pecado de la humanidad y del pecado del hombre, fórmulas menos comprometidas con modos de explicación ya inaceptables [ 4 3 7 s.]. El ensayo de F-A fue diversamente valorado, com o no podía ser menos, por los teólogos de la época. A sí L Scheffczyk opina que F-A dejan insegura la uni­ versalidad del pecado original, al admitir de la existencia de pre-adamitas y el poligenismo. Una posesión meramente virtual de los dones paradisíacos estaría contra la enseñanza de la Iglesia en Trento, DS 1510-1644. K.-H. Weger encuen­ tra dificultad en admitir que un solo hombre pueda pecar por todos, si no tiene la función de una «personalidad corporativa». Pero esta función no parece pue­ da tenerla sin un decreto especial de D ios, lo cual complica la teoría de F-A^. A nuestro juicio F-A han sido beneméritos buscadores de sendas en esta selva de problemas que ha crecido en torno al pecado original: problemas fronterizos con la ciencia, y de exégesis bíblica; problemas de hermenéutica de textos de la tradición y magisterio, búsqueda de lenguaje y categorías men­ tales apropiadas para una expresión actualizada, preocupación por la dimen­ sión pastoral de la cuestión. Hacia 1965 F-A, con sus contemporáneos, veían el conjunto de la enseñanza sobre el pecado original constituida por una cons­ telación de seguridades dogmáticas46. En 1972 se ha realizado una limpieza a fondo: ya no encuentran el «dogma» del pecado original en la Escritu­ ra. Mucho menos aquella frondosa teología de Adán todavía vigente para F-A en 1965. E l análisis de los textos del Tridentino significó también una importante reducción. Sin embargo, opinamos que el trabajo de F-A se ha parado a media jornada: a) el sostener la posesión virtual del estado ori­ ginal, por una parte no satisface la enseñanza tradicional y por otra no pue­ de sostenerse ante un análisis crítico consecuente de los textos de la Escri­ tura y Magisterio; b) el seguir manteniendo la importancia de un primer pecado lo estimamos un residuo mítico, una concesión injustificada a la se­ ducción que produce la idea de los «prestigiosos y divinos orígenes». Por 44. L. S ch e ffcy k , Versucbe zur Neuausprache der Erbschuld-Wahrheit, 257. 45. K. H . W e g e r, Tbeologie der Erbsiinde, 59-60. O tros juicios pueden verse en J. L. C onnor, Original Sin, 226-8. H . de L a v a le tte , Bulletin de Tbeologie Dogmatique, 236-7. J. M . R eese, The Problem of Original Sin, 97 ss. M . Schmaus, Der Glaube der Kirche, 409. Ch. B aum gartner, El pecado original, 199. K. Schm itz-Moormann, Die Erbsünde, 69-71. J. G r o s s , Geschicbte der Erbsündendogmas, IV , 291 s., 311-15. Desde un punto de vista más tradicional F-A no satisfarían las exigencias de los textos del Ma- gisterio-Trento. En el fondo el «m isterio» del pecado original quedaría tan indemostra­ d o e inexplicado com o en la teoría tradicional. 46. Cf. Los Comienzos de la Salvación, 359-62.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz