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EL PECADO ORIGINAL. 439 óntica que le eleva al estado de hijo de D ios», participe de la vida divina, habitado por el Espíritu: Es la dimensión óntica del «estado de pecado ori­ ginal», que, según lo dicho es estado de «muerte espiritual» [ 4 35 ] . 3) «Las últimas palabras de la definición se refieren al aspecto histórico comunitario del pecado original». La anterior situación descrita de privación de la gracia y de muerte espiritual, sólo se explica como efecto de una deci­ sión libremente tomada por el hombre mismo, existente antes de cualquier elección del individuo concreto y que en virtud de la solidaridad humana «ha tenido efecto en cada uno de los miembros de la humanidad» [ 4 35 ] . La condición pecadora en que cada hombre se encuentra al nacer no se debe a Dios, ni al individuo que se denomina ahora pecador, ni a cualquier otro agente extraño: es obra del hombre, en la forma que se indica en seguida. Con lo dicho, F-A quieren mantener, de alguna forma, la figura del pecado original originante de los escolásticos. Y así es necesario tener como seguro que, los hagiógrafos, reflexionando sobre la miseria humana, bajo la guía del Espíritu, llegan a concluir que aquélla no se debe al Dios bueno, sino que «la causa reside en la culpa humana» [ 436 ] . Ya no pertenecería a la fe el decir que la culpa primera es obra de un primer hombre, que fuese padre de la humanidad actual; ni la responsabilidad de la situación habría que restringirla exclusivamente a «un solo acto, ya que cada pecado influye en la condición humana y agrava su miseria. Sin embargo, creemos que en este océano de culpas, la primera tiene una importancia especial». No se afirma que esto se deduzca de la revelación; pero tal falta «señala un co­ mienzo absoluto, que ha de tener necesariamente una importancia especial; con ella «se explica mejor el salto cualitativo que ha tenido lugar en la con­ dición humana», en referencia a Dios [ 436 ] . 4) Con todo «aun afirmando que la condición humana ha quedado cam­ biada por la culpa de origen, no pensamos que se deba admitir un estado anterior al pecado en donde el fenómeno humano haya sido diferente del actual» [ 43 6 ] . Es decir, el estado de justicia original de la teología an­ tigua no ha sido real e histórico. Bastaría hablar de una posesión y de una pérdida virtual de semejante estado. Este estado paradisíaco «concebido co­ mo posesión real de una virtualidad no manifestada fenomenológicamente, satisface todas las exigencias, tanto de la visión evolucionista del mundo, como la enseñanza de la fe sobre la responsabilidad del hombre en su propia miseria» [ 4 3 7 ] . A F-A les parece que están ventajosamente situados entre dos extremos: entre los teólogos que quieren despedirse ya del pecado original para resal­ tar, sobre todo, la buena y alegre enhorabuena del Evangelio, y otros que se sienten perturbados ante cualquier innovación. De todas formas habría

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