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4 3 6 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Otras afirmaciones no estarían inmediatamente dichas en la Escritura: «a) No se puede apelar directamente a la autoridad de la Escritura para afirmar que la debilidad inherente al hombre en relación al pecado, es ya un pecado propio y verdadero, incluso en los niños antes del bautismo. b) Tampoco puede presentarse como una doctrina formalmente bíblica la afirmación de que el pecado, origen de la corrupción, humana, fue un solo delito, cometido por un solo pecador, primer padre de todos los hombres. c) Mucho menos se puede encontrar, inmediatamente, en la Escritura, la explicación del modo cómo el pecado se transmite a cada persona» [ 8 3 ] . No obstante la indeterminación de la Escritura al respecto, la enseñanza actual de la Iglesia comprende también las tres afirmaciones puestas en último lugar. Hasta qué punto este desarrollo del contenido bíblico es legítimo e irreversible, se verá a continuación. En el capítulo dedicado a la evolución del dogma del pecado original F-A estudian, en primer término, el período anterior a la controversia antipe- lagiana. Teniendo a la vista las diversas ideas-factores allí operantes: doc­ trina sobre la «corrupción hereditaria», dominio de la concupiscencia, la con­ vicción de que todos pecamos en Adán, la motivación hamartiológica del bautismo de párvulos, se llega a la conclusión de que los padres de este pe­ ríodo «consideraban la condición de los hombres antes de su incorporación a Cristo como un estado corrompido por causa de Adán». En esta corrupción «consideraban sobre todo el elemento dinámico, esto es, el impulso hacia los pecados personales; por consiguiente, no consideraban el pecado original en la perspectiva exclusiva de los niños sin uso de razón» [ 1 1 5 ] . La doctrina agustiniana sobre el pecado original, en sus grandes rasgos, es demasiado conocida. Pero no deja de ofrecer dificultad, si tenemos en cuenta la evidente evolución del doctor de Ilipona al respecto y, sobre todo, los diversos procedimientos hermenéuticos aplicados a sus textos. Ultima­ mente señalan F-A la interpretación de A . Vanneste, según el cual «la intui­ ción fundamental de Agustín es que todos tienen necesidad de ser salvados por Cristo; la naturaleza propia de ese mal del que Cristo tiene que sal­ varnos, el sentido en que ese mal puede llamarse realmente «pecado», son problemas que Agustín nunca se ha planteado» [ 1 3 0 ] . No es así, piensan F-A, Agustín insiste en forma del todo explícita y reiterada en que Cristo salva del pecado, que afecta de verdad incluso a los niños. La dimensión hamartiológica es inseparable de la acción salvadora de Cristo, aunque no tenga el mismo valor que aquélla. Con todo, se reconoce que Agustín insiste casi exclusivamente en el aspecto medicinal de la gracia. Se pregunta si la concepción agustiniana de la gracia sanante no podría-debería completarse con el concepto de gracia divinizante, propia de los padres griegos y con el mejor concepto de «sobrenatural» de que ahora dispone la teología [cf. 131 ].

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